Diario de un diletante: la amnistía extraterrestre (sin pinganillo) en Vilanova
¿Qué pensaría un extraterrestre que llegase a la Tierra cuando, después de descubrir algunas de las bondades de nuestro país, le explicáramos el lío político de la amnistía?
Un extraterrestre, aburrido en su planeta, decide visitar el nuestro. Digamos que aterriza en Vilanova i la Geltrú. Pintoresco lugar, sentencia al instante. Equipado con su increíble inteligencia, baja de su nave y charla con la señora de la bata y el vendedor de fruta. Todo en catalán, sin mediar pinganillo. Amable vecindario, piensa. Es curiosón nuestro alienígena. Pronto está a sus anchas. Se zampa unos calçots, se arranca con una sardana y se sube a un castell. Desde lo alto saluda a sus colegas del ovni.
Se dispone a bajar pero tropieza con un niño. Cae como un misil y sus antenas se clavan en el empedrado. Sus terminales detectan bajo tierra súbitas señales tenebrosas: es una emisora de radio. Las voces emiten extrañas palabras: amnistía, autodeterminación, investidura. Activa su chatGPT, que le explica los vocablos. Los paisanos desatascan sus antenas y le ayudan a levantarse. Él les pregunta: ¿y esto de la amnistía? Es muy importante, responden.
El alienígena no entiende. Será importante, pero ni la señora de la bata ni el vendedor de fruta dijeron palabra. Están a otras cosas, responden. ¿Qué otras cosas? Ya sabe, lo caro que está todo: el aceite imposible, la hipoteca disparada. A este paso alguno mendigará para comer. ¿Es más importante la amnistía que comer? Silencio. Algunos dudan, otros miran con suspicacia, muchos se van.
Nuestro visitante se rasca sus antenas, señal de duda. El roce pone tiesos los terminales, que sintonizan una radio de Madrid. La misma cantinela: pinganillos, amnistía, Waterloo, Josu Ternera. ¡Qué decepción! Le encantaría darse una vuelta por la capital. Tiene buenas referencias. Su chatGPT informa de ambientazo, barrios populosos, las cañas mejor tiradas. Pero algo le retiene. Cavila: en este planeta hay una realidad paralela. Mis sofisticados sistemas no entienden esta tercera dimensión. Está triste.
Un payés con pinta de sensato se percata de sus tribulaciones. Todo es culpa de un político presumido y oportunista, le explica. Nuestro E.T. no quiere saber más. Levanta el dedo, dice mi casa, teléfono y su nave baja al instante. De subida observa la Sagrada Familia con el mar al fondo. Y reflexiona: qué gran planeta y qué extraños sus habitantes.