Pinganillo japonés: el sinsentido de la medida del Congreso
La traducción simultánea no solo supone un coste extra a nivel económico, también perjudica a nivel productivo, de tiempo y eficacia. El mejor ejemplo: las técnicas de eficiencia japonesas.
A finales de los años 70 se produjo un extraordinario interés por las técnicas de eficiencia empresarial desarrolladas en el lejano Oriente, en concreto en la industria japonesa. Fue una década oscura para las grandes empresas occidentales que en aquel entonces anunciaban pérdidas nunca vistas, enmarcadas en un panorama de alta inflación debido al elevado coste energético y al estancamiento económico -¿les suena?-.
El descubrimiento y expansión de esta filosofía nipona marcó un punto de inflexión en la gestión empresarial mundial. Los conocimientos de Taiichi Ohno (Director de Toyota, considerado el padre de esta metodología) y sus posteriores desarrollos, ramificaciones y perfeccionamientos configuraron una gran disciplina empresarial que hoy se estudia en todas las escuelas de negocio. Estas técnicas, que llevan ya décadas aplicándose en todas las empresas serias del mundo, tienen como objetivo la eficiencia en las operaciones y son una extraordinaria aplicación del sentido común.
Poco sentido común puede desprenderse de la decisión de permitir a sus señorías del Congreso abandonar el idioma compartido por todos los allí presentes y por la ciudadanía a la que representan. Al margen de consideraciones históricas o políticas, el español no es la lengua de aquellos que no tienen otra: es la lengua común de todos, es decir, un patrón que nos permite ser más rápidos y precisos en nuestra producción, sencillamente por constituir estándar comunicativo.
El señor Ohno, por ejemplo, desarrolló un sistema basado en fichas (Kanban) para crear un modelo artificial que facilitara la información entre las partes de la línea de producción incrementando el rendimiento final. Trataba de simplificar el proceso de comunicación con un formato cerrado y compartido por todos. Sabía que para que las cosas funcionaran bien, necesitaba que todos los empleados “hablaran el mismo idioma”.
Pero en el Congreso se ha iniciado el proceso contrario como aperitivo de la España cuarteada con la que sueñan los nacionalistas. Poco les importa la eficiencia de la Institución de la que forman parte o que sus sueldos incluyan el entendimiento con el adversario: exáltense, pues, las diferencias formales y conviértanse en muros erigidos a base de pinganillos y boletines trifásicos.
En términos empresariales, es estúpido. Se imponen obstáculos a la operatividad sustituyendo un estándar de comunicación con miles de años de uso y demostrada eficacia, por un batiburrillo de lenguas intermediadas e intercambiables a voluntad. Para eso se desarrolló la técnica japonesa Monozukuri, que consiste en eliminar barreras entre departamentos que pudieran retrasar mejoras para el fin común; para que los estándares transversales y verticales agilizaran la producción.
La filosofía Lean trata de logar la mayor eficiencia posible, o lo que es lo mismo, obtener mejores resultados con los mismos recursos o conseguir los mismos resultados con menos recursos. Su nombre Lean: “magro”, “sin grasa” no es casual. Intenta eliminar el desperdicio, la merma en la producción para dar una respuesta óptima al mercado. Llegará el día en el que se imponga el Pictionary como lengua plurinacional parlamentaria mientras continúa olvidándose solucionar los problemas reales de los españoles. Entonces, quizá, empecemos a desgrasar.