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El ex ministro de Consumo, Alberto Garzón, durante una intervención en el Senado.

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Alberto Garzón pese haber anunciado que se incorporaba a la consultoría Acento, veinticuatro horas después renuncia por “la incomprensión” que había suscitado su decisión a sus compañeros ideológicos. Eso sí les afea ser tan inquisitoriales.

Garzón hoy no está tan en contra de las puertas giratorias como lo estuvo antes. Si Pedro Sánchez puede cambiar de opinión como de chaqueta, el que ha sido su ministro de Consumo con más motivo. Además, con razón, porque es joven y debe seguir con su tren de vida. ¿Coherencia? Eso no da para continuar a cuerpo de rey.

Hace unos años el ex ministro, cuando firmaba sólo como diputado, decía que las puertas giratorias eran la “punta del iceberg” que escondía “mucho más”. Es decir: la manera de los políticos que han tenido poder de hacer tráfico de influencias cobrándose los favores prestados a empresas privadas durante su mandato. ¿Sería un corrupto Garzón de haberse sentado en Acento? Según su discurso, sí. En su defensa podría alegar que por entonces estaba embriagado por los efluvios del 15-M.

La izquierda que sigue en su lucha jalea ahora el arrepentimiento temprano de uno de sus referentes. Es un nuevo mártir. Menos mal que ha recapacitado: ya fue un duro golpe para los más rocosos izquierdistas ver a Pablo Iglesias dejar su pisito en Vallecas para mudarse al chalet de Galapagar. Hasta alguien con tan buen sentido del humor como Pablo Echenique se había caído de la silla al enterarse de la bomba que escondía Garzón. Yolanda Díaz da igual, anda perdida por Galicia.

Tras vivir años pisando moqueta y montado en coche oficial, colgar el traje proletario para acomodarse el de lobista de pingües asuntos públicos, era más rentable. De ahí que sea comprensible la mala leche con la que explica Garzón que va a seguir el camino de otros líderes de su partido, como Julio Anguita, Gerardo Iglesias o Cayo Lara, que firmes a sus principios, incluso, tomaron decisiones tras su retirada política que iban contra sus intereses personales. A.M.BEAUMONT