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11-M: 20 años después y seguimos igual

El PSOE sigue utilizando como arma arrojadiza y elemento de discordia este terrible suceso y el día de su conmemoración cuando debe significar un símbolo de unidad contra el terrorismo.

Una mujer durante una concentración de homenaje a las víctimas del atentado del 11M en su 20 aniversario.

Una mujer durante una concentración de homenaje a las víctimas del atentado del 11M en su 20 aniversario.

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El 11 de marzo de 2004 los españoles sufrimos el mayor atentado de nuestra historia reciente con el resultado de 193 víctimas mortales inocentes y más de dos millares de heridos que acudían, como cada mañana, a sus puestos de trabajo a través de la red de trenes de cercanías de la capital española. Nunca antes España había sufrido tan cruel y cobarde ataque terrorista. La sociedad española quedaba conmocionada a medida que se iban conociendo la información sobre las sucesivas explosiones en los cuatro trenes de cercanías entre las 7:37 y las 7:39 de esa infausta mañana. En apenas dos minutos, 10 de las 13 mochilas-bomba fueron detonadas a distancia por la cobarde inmundicia terroristas convirtiendo a los vagones de tren en mortíferas trampas del horror y la barbarie.

20 años después observo con aflicción que lo que debió ser un aglutinante de la unidad frente a la sinrazón de quienes practican el terror como forma de reivindicación sigue siendo elemento de discordia y utilización partidista.

Estos días de conmemoración del 11-M debieran ser para recordar a la sociedad internacional que ninguna forma de terror puede ser aceptada en un mundo que debe aspirar a la convivencia en paz entre diferentes y que nada justifica el asesinato de inocentes por muy justas que consideren sus demandas. Estos días deben servir para recordarnos que lamentablemente existe una amenaza exterior y que debemos estar preparados para prevenirla y combatirla con inteligencia y recursos en seguridad nacional.

Lamentablemente –después de 20 años– el actual PSOE, en boca de su portavoz y vicepresidente primero del Congreso, ha vuelto a convertir el 11-M en una arma arrojadiza contra el Gobierno de Aznar hasta el punto de exigirle pedir perdón a las víctimas y la sociedad española.

Ni Aznar ni su gobierno de entonces fueron responsables de los atentados del 11-M. Ni tan siquiera hoy se puede relacionar los atentados como respuesta al apoyo de España en la guerra de Irak. Resulta paradójico que los mismos que se empeñan en vincular al PP con “la teoría de la conspiración” sean los mismos que alimentan la idea de que el 11-M fue una respuesta a la guerra de Irak. Teorías ambas que no han podido ser probadas.


Más paradójico resulta aún que Aznar fuera tachado de mentiroso cuando precisamente dio la instrucción –tras el atentado– de dar a conocer toda la información que fuera siendo recabada del atentado casi en tiempo real, como lo demuestran los hechos y las múltiples comparecencias del entonces ministro del interior, Ángel Acebes. Aznar cometió errores en la gestión de la crisis originada por los atentados del 11-M, pero nunca mintió.

Su gobierno sostuvo la tesis de la autoría de ETA como línea principal de la investigación, sí, pero tan pronto como aparecieron y se realizaron las investigaciones oportunas (la furgoneta de Alcalá de Henares con los versículos del Corán o la mochila-bomba sin detonar) se abrió una nueva línea de investigación orientada hacia una posible autoría yihadista. ¿Dónde está la mentira entonces? ¿en un supuesto pretendido deseo del Gobierno de que fuera ETA para así beneficiarse electoralmente? Ni siquiera el repetido argumento de “si es ETA arrasamos y si es Al Qaeda perdemos las elecciones” fue jamás dicho públicamente por miembro alguno del PP.

Sin embargo, sí se verbalizó con intencionalidad manifiesta, primero por José Blanco –entonces secretario de organización del PSOE– al acusar al Gobierno de ocultar información y exigirle la autoría “antes del domingo”; y luego por el candidatos socialista, José Luís Rodríguez Zapatero, cuando aseveró –el viernes por la mañana– con aviesa intención de que “la respuesta política tendría alguna variación dependiendo de si estamos ante un atentado terrorista de al-Qaeda o de ETA (…)”.

Como remate final de toda esta operación de “encuadre argumental” (framing) y tras una posterior operación de movilización propagandística (agitprop) llamando al asedio de las sedes del PP, en la jornada de reflexión, Alfredo Pérez Rubalcaba intervenía a las 21:30 por televisión para decir aquello de que “los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta, un Gobierno que les diga siempre la verdad”. Un remate perfecto a un “encuadre” perfecto.

Sí hubo mentiras, o al menos desinformaciones clamorosas, cuando algunos medios de comunicación desde el mismo viernes advertían de la posible autoría de al-Qaeda como castigo al apoyo a la guerra de Irak o cuando se difundió la información –corroborada por tres fuentes, se dijo– de que había un terrorista suicida entre las víctimas. La primera de estas afirmaciones nunca ha podido ser probada, la del terrorista suicida fue desmentida de inmediato.

El 11 de marzo de 2004 será un día para el recuerdo que ojalá nunca tengamos que revivir. Los tres días siguientes una lección de lo que la política no debe ser.

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