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Pedro Sánchez rememora a Franco para iniciar el ciclo electoral

La visita de Pedro Sánchez al Valle de Cuelgamuros evidentemente no es casualidad y forma parte de la estrategia del líder socialista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al ministro y el secretario de Estado de Memoria Democrática, Víctor Torres, en el laboratorio en la cripta del Valle de Cuelgamuros.

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De todos es conocido la afición de Franco por las inauguraciones y por entrar y salir de las iglesias bajo palio. Lo que desconocíamos es que, de un tiempo a esta parte, no hay campaña electoral que se precie en la que no salga, de un modo u otro, el caudillo a relucir. En este nuevo ciclo electoral -elecciones vascas, catalanas y europeas– sale de la mano del ministro Ángel Víctor Torres Pérez (ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática) bajo el señuelo de las derogaciones de “las leyes de memoria” por los Gobiernos autonómicos del Partido Popular y la supuesta pretensión de no reconocer la dictadura del dictador.

A última hora también se nos ha apuntado al happening Pedro Sánchez, que se ha presentado en Cuelgamuros (Valle de los Caídos) sin previa agenda y nada más llegar de un viaje oficial por Oriente Próximo. Nada nuevo bajo el sol, si tenemos en cuenta que el Partido Popular ya había advertido que haría lo imposible por derogar la “ley de memoria democrática” que el PSOE aprobó en octubre de 2022 en sustitución de la anterior “ley de memoria histórica” aprobada bajo el mandato de Rodríguez-Zapatero en 2007.

Sorprende que pueda sorprender que el Partido Popular pretenda modificar las leyes que considera “sectarias y de parte” aprobadas en anteriores mandatos del Partido Socialista. Esto es lo que ocurre cuando se aprueban leyes, tan sensibles, sin contar con el consenso de la inmensa mayoría de las fuerzas políticas representadas. Pero lo que más me ha sorprendido es que el ministro Torres –en rueda de Prensa del Consejo de Ministros– nos haya advertido que la ley de memoria democrática sea –según él– “un mecanismo básico para restituir la verdad”, es decir, volver a colocar algo donde estaba (o donde uno cree que debería estar).

¿Y dónde es eso? No sé exactamente a dónde se refiere el señor ministro pero sí sé a dónde no se refiere: al consenso constitucional de 1978. Ese consenso fue el abrazo pactado entre españoles divididos por una guerra fratricida y postergados por la dictadura franquista, para que lo uno ni lo otro volviera a repetirse jamás. Ese y no otro fue el lugar de encuentro entre españoles, el punto de partida para la convivencia pacífica de un pueblo al que irresponsables gobernantes arrastraron a una guerra que nunca quisieron –ni debieron– librar. En 1978 los políticos de entonces supieron estar a la altura de las circunstancias. Hoy –casi 50 años después– otros políticos irresponsables parecen empeñados en volvernos a llevar adonde su ignorancia es incapaz de vislumbrar.

La historia se ocupa de la recopilación de los hechos y la memoria nos evoca el recuerdo que de ellos tenemos. La interpretación de los hechos corre, fundamentalmente, a cuenta de los historiadores (historiografía) y no siempre son coincidentes ni pueden tomarse como verdades absolutas. La memoria en su condición psíquica nunca podrá ser transferida y por tanto el concepto de memoria histórica me parecerá siempre un dislate. Más aún si la llamamos democrática, pues sería la determinación del poder del pueblo sobre lo que el individuo debe o no recordar –en este caso– a través de sus representantes, en suma, de quienes les gobierna. O sea, lo que el gobierno de turno decida que deben recordar.

El Partido Popular hace tiempo anunció que cuando gobierne derogará la ley de memoria democrática. Y hará bien. En el entretiempo, gobiernos regionales del PP están derogando las leyes autonómicas de memoria democrática para sustituirlas por otras llamadas de la concordia. Y mi argumento sigue siendo el mismo en ambos casos; ya sean leyes de memoria o leyes de concordia, si son de parte y no son mayoritariamente respaldadas, ninguna será buena. Nuestra historia no se puede tapar a golpe de leyes absurdas e irracionales ni a golpe de ideologías identitarias derribadoras de símbolos conmemorativos. Nuestra historia está ahí para quedarse, para recordarnos lo que un día fuimos y lo que un día hicimos; una veces con acierto y otras con desatino.

Está ahí para recordarnos lo brillantes que fuimos y lo estúpidos que pudimos llegar a ser. Nada cambiará lo que un día pasó. Para bien y para mal somos hijos de nuestro pasado y seremos dueños de nuestro futuro el día que dejemos de reivindicar la historia que nunca fue. Nuestra Guerra Civil no fue una historia de buenos y malos sino de víctimas y victimarios. Los hubo antes, durante y después de la guerra civil, y en ambos bandos. Se nos trata de imponer la idea de que hubo un tiempo bueno: la II República; un tiempo de terror: la guerra; y un tiempo peor: la dictadura franquista. Y yo creo que todos fueron tan fatales como consecuentes los unos de los otros.

Ni la república ni la dictadura fueron nunca refrendadas por el pueblo español –ni siquiera la Constitución de 1931–. Pero sí la Constitución de 1978. Tanto en la república como en la dictadura y durante la guerra hubo represaliados. Después los asesinatos de inocentes vinieron a cargo de las organizaciones terroristas en sus distintas variantes (ETA, GRAPO, FRAP…). En la dictadura se coartaron libertades civiles. En la república también; primero con la “ley de defensa de la república” y luego con la “ley de orden público”. En definitiva, nada por lo que suspirar.

Afortunadamente ese tiempo pasó y quedó como inefable página de nuestra historia reciente que nos debe hacer no olvidar lo que nunca se debe volver a repetir. Por suerte los españoles supimos rencontrar el camino a la convivencia pacífica y en libertad con el consenso de la transición. Ha sido mucho lo conseguido y mucho lo que nos queda por conseguir si somos capaces de no volver la vista atrás y mirar hacia delante para no volver a postergar el futuro. Nuestro tiempo es finito no lo malogremos otra vez.

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