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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su último viaje a Oriente Medio.

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Cuando se le mete una idea entre ceja y ceja no para. Otra cosa no será, pero Pedro Sánchez es, lo que coloquialmente se dice, un cabezón. Ahora anda enredado en resolver la guerra de Gaza. Desde luego, es un empeño noble, pero delicadísimo. La idea de reconocer dos Estados, Israel y Palestina, considera nuestro presidente que sería la solución al conflicto incrustado en esa región y que tanto drama ha causado.

Lógicamente, ver roer un proyecto internacional de tanta envergadura por un político como Sánchez, que utiliza el marketing de forma magistral para su causa, levanta todo tipo de recelos y sospechas.

“Es una cortina de humo para esquivar las miradas de la Koldotrama”, acusa la oposición. “Escapa de España y se refugia en asuntos más allá de nuestras fronteras para esquivar los pitos y abucheos que cosecha cada vez pisa la calle”, señalan adversarios. Y, muy probablemente, ambas cosas sean ciertas.

Sin embargo, me cuentan otra hipótesis que suena casi estrambótica, aunque tratándose de don Pedro nada debe descartarse. “Sánchez está convencido que la idea de los dos Estados, con el reconocimiento de Palestina, va a imponerse y se ve como próximo Premio Nobel de la Paz tras ser su más persistente defensor en todos los foros”, dice alguien que sabe lo que se cuece en La Moncloa.

En realidad, lo que hace Sánchez ahora con su persistente mensaje no es una idea original suya. Vuelve a copiar. Ya en 1991, cuando era presidente del Gobierno, Madrid acogió la Conferencia de Paz entre israelís y palestinos con la idea del reconocimiento mutuo. El objetivo de la paz en Oriente Medio sentó juntos, durante doce días en el Palacio Real, las dos realidades enfrentadas, aunque no salió ningún acuerdo del encuentro.

Desde luego, al mandatario actual socialista a ínfulas no le gana nadie y, si lo tiene a tiro, utilizará todos los medios a su alcance para poner en su tarjeta de presentación: Premio Nobel de la Paz. Ya lo fue Obama. ¿Por qué no Sánchez? A.M.BEAUMONT