Acción y reacción en Oriente Próximo: un análisis del conflicto bélico más largo
No existe en el mundo conflicto bélico más prolongado en el tiempo que el de Oriente Próximo ni tampoco un escenario bélico en la fuerza sea sometida a mayor esfuerzo de contención
No existe en el mundo conflicto bélico más prolongado en el tiempo que el que sostiene Israel con sus vecinos de los países árabes de Oriente Próximo, entendiendo por tal el espacio de terreno que comprende los países del Líbano, Israel, Turquía, Jordania, Siria, Irak, Irán y la península de Arabia. Un territorio en el que se incluye también Palestina.
Recuerdo que, en el año 2011, encontrándome desempeñando mis cometidos como Jefe del Sector Este del despliegue de la Fuerza Interina de las Naciones Unidas para el Líbano (FINUL/UNIFIL), me preguntaban mis soldados cómo era posible que las distintas partes implicadas en el conflicto en aquellos países no alcanzasen, aunque fuera por egoísmo, la paz tan necesaria como deseada por todos ellos. Yo siempre les respondía que, en esa parte del mundo, desde tiempos inmemoriales -que se remontan a los textos bíblicos- la convivencia era compleja y les hablaba de David y Goliath. Nada había comenzado con la invasión del sur del Líbano por Israel después de una serie de ataques masivos de Hezbollah mediante cohetes contra territorio israelí.
Era simplemente otro jalón en la historia de desencuentros de esos pueblos y otro episodio más de acción y reacción, comunes a todas las guerras, pero que, en el período histórico reciente, se prolongan en el tiempo. Desde poco después de la Segunda Guerra Mundial, tras la descolonización de Palestina por parte del Reino Unido y el debate de su futuro en el seno de las Naciones Unidas a partir de 1947, hace 77 años, hasta hoy.
Cuando uno lee las crónicas cotidianas parece como si todo hubiera empezado el pasado 7 de octubre con el asalto de Hamas a Israel, el asesinato de más de 1.200 civiles y la toma de más de 300 rehenes; o con las actuaciones de Israel en el interior de la franja de Gaza con el resultado de muchas vidas pérdidas (se cuentan en alrededor de 34.000 en este último período); o con la acción de Israel sobre la embajada de Irán en Damasco con el resultado de la muerte de 16 personas, 9 de las cuales altos responsables de la Guardia Revolucionaria iraní; o con la respuesta iraní mediante un bombardeo de enormes proporciones, por primera vez desde suelo iraní, sobre Israel.
Todos ellos son hitos de un conflicto de muy larga duración que divide a las comunidades árabe e israelí, aunque también a las dos facciones del mundo musulmán: sunitas y chiitas. Un conflicto que precisa de una solución que no puede ser unilateral, sino que requiere la participación de todas las partes y que se debe realizar en el marco de las Naciones Unidas. También por supuesto debe alcanzarse por medios pacíficos y negociados. Es un conflicto de más de 75 años de duración -desde poco después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial- y es una tarea pendiente de la comunidad de naciones y de la Organización de las Naciones Unidas y no admite, desgraciadamente, soluciones simples.
Ahora se analizan las posibles reacciones de Israel a esta acción de Irán que apenas ha tenido consecuencias sobre suelo israelita. Todo ello gracias al anuncio previo de Irán sobre sus intenciones y por la eficacia de los sistemas de defensa antiaérea tanto de Israel como de sus aliados presentes en la zona, especialmente los Estados Unidos.
Así como decía, al principio -que no existe en el mundo conflicto bélico más prolongado en el tiempo que el de Oriente Próximo- tampoco existe un escenario bélico en el que el empleo de la fuerza sea sometido a mayor esfuerzo de contención. Todos los beligerantes, árabes e israelíes, saben que la comunidad internacional está extraordinariamente pendiente del desarrollo de sus confrontaciones dado el impacto que tienen en el mundo, bien sea por la elevación del precio de los productos energéticos cuando la oferta de petróleo se ve alterada como consecuencia de estas confrontaciones, bien sea por la exportación de acciones terroristas como fenómeno de irradiación de estas confrontaciones o bien sea por el desafío a los derechos fundamentales de las personas que se ven, involuntariamente, envueltas en este ámbito de confrontaciones, como digo, extraordinariamente prolongado en el tiempo.
Es por ello que la posibilidad de una escalada descontrolada del empleo de la fuerza es altamente improbable en este escenario. Las acciones y reacciones se mantendrán en el tiempo, pero dentro de unos parámetros de limitado control del empleo de la fuerza.
El actual estado de obsesión de Irán por la destrucción del estado de Israel y que le lleva a patrocinar cualesquiera actividades de grupos terroristas que actúan contra Israel en particular y contra occidente en general -tales como Hamas, Hezbollah o los hutíes de Yemen- no se remonta, sin embargo, a la noche de los tiempos, sino que se produce tras la caída, en 1979, del régimen del Sha y la llegada de la revolución islámica chiita que abrazó, inmediatamente, la causa palestina.
Desde ahí hasta nuestros días, estas relaciones no han hecho más que deteriorarse hasta convertir a Israel en el enemigo público número uno de la revolución islámica iraní y del islam en general y considerar la destrucción del Estado de Israel como el objetivo existencial del régimen iraní y de todos los movimientos terroristas a los que éste patrocina.
Es en este contexto en el que los Acuerdos de Abraham -suscritos en septiembre de 2020- según los cuales cuatro países árabes sunitas (Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos) admitían la existencia del Estado de Israel, supusieron un colapso en las relaciones del islamismo chiita de Irán con estos países sunitas. A ello vino a añadirse, el 22 de septiembre de 2023, el acuerdo de relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudita, que se presenta como el detonante para la criminal acción de Hamas el 7 de octubre, originando el actual episodio de acción y reacción en Oriente Próximo, encuadrado dentro del conflicto de larga duración que sostiene Israel con sus vecinos árabes, singularmente los chiitas.