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Luis Suñer / Acción Liberal

El autócrata y la dictadura del subvencionado

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno

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Decía Karl Popper que la socialdemocracia pensaba que los trabajadores iban a ser la nueva mayoría. Sin embargo, hoy, esa nueva mayoría la constituyen todos aquellos que dependen del presupuesto del Estado, es decir, políticos, pensionistas, empleados públicos y perceptores de subvenciones.

Socialistas y comunistas sólo se diferencian hoy en la intensidad de las tácticas. Se trata de hacer ver que se respalda tenazmente al desfavorecido en su incesante lucha por la supervivencia, ganando así su confianza. Para ello, tratan de exprimir, en lugar de incentivar, a cualquier entidad creadora de riqueza, persona o empresa, con el objetivo de ganar la confianza de esa nueva mayoría dependiente del Estado.

Tras el bochornoso teatrillo de Pedro Sánchez, incapaz de hacernos creer que está pasando de verdad lo que sea que esté pasando su personaje, queda aún más claro un pretendido liderazgo que sólo se sustenta en la compra de lealtades y voluntades. Los narcisistas siempre se apresuran a congraciarse con cualquiera que pueda ayudarles y a eliminar a quien se interponga en su camino.

Recurriendo de nuevo a Popper: ¿cómo organizamos las instituciones para que los malos gobernantes, o los incompetentes, no puedan hacer demasiado daño?. Si los políticos no suelen destacar por su altura intelectual o moral, y en eso hay que reconocer especialmente al partido de Sánchez como una cantera inagotable de militantes peleados con el léxico, debemos siempre prepararnos para lo peor a la vez que exigir el mejor de los resultados posible.

Acumular el poder

Situar a los amigos, familiares directos y miembros del partido en todas las instituciones, o aprovechándose de ellas, persigue acumular el poder. Pero esto no ha sido posible sin el concurso de independentistas, comunistas, el partido heredero de una organización terrorista o algún otro que presta su apoyo a cambio de concesiones. Sigamos siempre al dinero. Las monedas que se manejan en política son dos: el dinero y los votos.

La utilización de Fiscalía y la Abogacía del Estado para ocultar las actuaciones del Gobierno que pudieran ser objeto de responsabilidades políticas e, incluso, penales, o la concesión de indultos y amnistías a políticos, pasando por las reformas de la sedición y malversación, confirman que las libertades democráticas, basadas en la igualdad de los ciudadanos ante la ley, están siendo paulatinamente erosionadas. Así, el ciudadano contempla cómo la desigualdad se manifiesta arbitrariamente asignando derechos y privilegios a políticos, familiares y miembros del partido, exactamente igual a cómo se produce en un sistema de castas donde las personas nacen y viven en grupos desiguales.

¿Nos dirigimos entonces a lo que Platón denominó la paradoja de la libertad?. ¿Qué hacemos si la mayoría no desea involucrarse en el gobierno y prefiere que un autócrata lo haga? La izquierda lo llama a esto democracia, pues llamarle "dictadura del subvencionado" (en otras épocas proletariado) no vendería.

Para prevenirlo, los sistemas democráticos diseñan constituciones basadas en contrapesos independientes que eviten el desafío a la libertad misma mediante la apropiación del Estado por parte de una supuesta mayoría que decide lo que está bien o mal. Entonces, ¿cómo es posible que se alcen tantas voces alertando sobre el deterioro de nuestro sistema de libertades? Pues, básicamente, porque estamos ante un sistema corrompible. Basta analizar la definición de corrupción desde el punto de vista de un ingeniero, que define este fenómeno como “cualquier sistema organizado e interdependiente en el que parte del sistema no desempeña funciones como se pretendía originalmente, o las realiza de forma inadecuada, en perjuicio del propósito original del sistema.” Cuando parte del sistema se corrompe se reduce la potencialidad de la sociedad y ésta sufre.

Dicen que tras cuatro meses encerrados redactando la Constitución americana, una mujer le preguntó a Benjamin Franklin: "Bien, Doctor, ¿qué tenemos, una república o una monarquía?". A lo que Benjamin Franklin respondió: "Una república, si usted puede mantenerla".

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