La espiral antidemocrática de Sánchez ¿Hasta dónde es capaz de llegar?
El presidente está desquiciado, ha perdido el contacto con la realidad y se comporta de manera absolutamente irresponsable. Es un peligro para la democracia
Decir que “nada distingue a Sánchez de Maduro”, como ha dicho la portavoz de Vox en el Congreso, probablemente es una exageración, pero decir que se desliza de manera peligrosa por esa pendiente de autoritarismo es una mera descripción de la realidad. Pedro Sánchez está desquiciado, ha perdido el contacto con la realidad y se comporta de manera absolutamente irresponsable. Es un peligro para la democracia.
Lo peor de todo es que es bastante factible que él mismo se crea de verdad las cosas que dice. Permite que el Comité Federal del PSOE le aplauda tras una clara derrota electoral, 4 puntos de distancia con el PP en las elecciones europeas. Ajeno a esa realidad, se comporta como si hubiera vencido y nadie se atreve a decirle al emperador que va desnudo. Sólo Page, en un arrebato de lucidez, es capaz de decirle que no prolongue esta agonía irracional y absurda en la que se ha convertido la legislatura.
Por supuesto nadie le escucha. Menos aún Sánchez que, en su mundo, sigue insistiendo en dividir y crispar. Todos son fachas: los periodistas críticos, los jueces y la oposición. A Feijóo, al PP, lo mete Sánchez ya en el saco de la ultraderecha. Ese descrédito de la oposición forma parte de su delirio autoritario. Solo él, el emperador supremo, es capaz de salvarnos de la amenaza que supone el PP.
Pero el plan tiene otros objetivos. El principal, además de desarmar a la oposición política, es controlar lo único que no controla: el Poder Judicial y el ‘Cuarto Poder’, la prensa. Para eso anuncia lo que él llama un plan de regeneración democrática que apunta a todo lo contrario: un paso hacia la degeneración democrática.
Su ataque frontal al Poder Judicial ha alcanzado cotas delirantes, impropias de una democracia de la Unión Europea. No tolera el hecho de no controlarlo. No soporta que los jueces le digan que su ley de amnistía es inconstitucional y contraria al derecho de la UE y que, como toda ley, tiene un margen de interpretación.
No admite que un simple juez de instrucción investigue a su mujer y a su hermano y ponga en solfa a todo un presidente del Gobierno. No soporta que el CGPJ no sea otra herramienta a su servicio, como el Tribunal Constitucional. Quiere todo bajo su control.
El problema es que no hay forma de parar su deriva totalitaria. Ni se atisba que la haya. Tiene la coartada de la mayoría parlamentaria que, cree él, justifica todo, desde comprar su investidura a un prófugo de la justicia, hasta promulgar la ley de amnistía, pasando por cambiar las normas de funcionamiento del CGPJ. Todo vale porque lo aprueba el Congreso. Y al que no le guste que recurra al Tribunal Constitucional que él mismo controla también y que siempre falla a su favor con esa mayoría de 7-4. Es un círculo perverso perfecto que le convierte en intocable.
Por eso España cada vez se parece más a esos países, como Venezuela, donde formalmente hay una democracia, pero que en la práctica hay una dictadura donde un iluminado controla los tres poderes del Estado, tiene a la prensa sometida y a la oposición reducida a una mera presencia formal.