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EDITORIAL

Ni extremismo ni demagogia: la inmigración necesita un diagnóstico realista

La izquierda es negacionista en el problema de la inmigración. Para este Gobierno es poco menos que una bendición y los inmigrantes son seres de luz sin poner soluciones

Patera con inmigrantes

Patera con inmigrantes

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La inmigración en sí misma no es un problema, pero la inmigración irregular sí crea problemas importantes. Negarlo, como hace la izquierda, supone condenarnos a no buscarle soluciones. Si un asunto no se diagnostica bien porque no interesa hacerlo es imposible ponerle remedio. Y eso está pasando en España desde hace mucho porque el Gobierno supuestamente progresista se niega a aceptar la evidencia y mantiene un relato irreal e idealizado.

Este mismo lunes, Pedro Sánchez dio un ejemplo de esa demagogia que impide ver el bosque. “Nadie abandona su tierra por capricho y si uno lo hace es como consecuencia de falta de oportunidades”, decía el presidente del Gobierno. Realmente no es así, ni mucho menos. Hay innumerables motivos para subirse a una patera. Uno de ellos, está claro, es buscar una vida mejor, pero no es el único.

Entre los inmigrantes que llegan por las bravas a nuestras costas, de manera ilegal, hay mucha gente honrada que viene con la sana intención de ganarse la vida. Negarlo sería de necios, pero también lo es negar que no todos se suben a una patera con ese objetivo ni por falta de oportunidades en sus países de origen. ¿No se subiría a una patera cualquiera que tuviera problemas serios con la justicia y más aún en países donde las cárceles no son precisamente como las españolas? ¿No estaría dispuesto a embarcarse también alguien que tuviera cuentas pendientes de cualquier tipo, por drogas, por juego, por dinero o por cualquier otra causa? ¿No aprovecharía un viaje ilegal de un cayuco un yihadista que quisiera infiltrarse en Europa? La respuesta a todas esas preguntas es sí, sin duda.

Así que parece muy claro, por mero sentido común, que un porcentaje importante de los que se suben a una patera es gente que viene a ganarse la vida y a labrarse un futuro, pero habrá que aceptar que otro porcentaje, no sabemos cuál, son prófugos, delincuentes, maleantes o terroristas.

Es más, cualquiera que pretenda ver la realidad con un mínimo de objetividad tendrá que aceptar también que incluso entre los que vienen aquí con toda la buena intención del mundo hay muchos que, por motivos culturales y religiosos, entienden que las mujeres son seres inferiores e impuros que deben estar sometidas al hombre y que los homosexuales merecen como poco el desprecio.

La izquierda es negacionista en este tema de la inmigración. Con la misma soltura que acusa de machismo y homofobia a la derecha, se niega a reconocer eso mismo en la inmigración musulmana. Es incomprensible, pero ocurre. La inmigración para este Gobierno es poco menos que una bendición y los inmigrantes son seres de luz.

En España hacen falta 250.000 inmigrantes cada año de aquí a 2050”, decía hace poco la ministra de Seguridad Social. Suponiendo que eso fuera cierto, habrá que convenir que esos 6,5 millones de inmigrantes deberían entrar de manera legal y controlada, sabiendo quiénes son, de dónde vienen, qué intenciones traen y si, por ejemplo, respetan a las mujeres y a los homosexuales y creen en los valores de las democracias occidentales. De lo contrario no deberían entrar aquí, en la Unión Europea.

Es cierto que, como eso no se ha hecho durante décadas, el problema ya está instalado en mayor o menor medida en casi todos los países de la UE. Aunque vayamos tarde, es urgente poner orden en este caos. Y para ello el primer paso es aceptar la realidad en vez de negarla.

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