EDITORIAL
¿Qué esconde Begoña Gómez? El que nada debe, nada teme
La esposa de Pedro Sánchez parece que teme algo. Da esa impresión. Si es poco menos que una mártir de la Justicia facha, debería entrar con la cabeza bien alta por la puerta principal de los juzgados
Begoña Gómez está en su derecho de no declarar y si es su derecho no lo vamos a cuestionar desde aquí. Sin embargo, su silencio si merece una valoración porque, como dice el refrán, el que nada debe, nada teme. Si no tiene nada de lo que avergonzarse por qué calla, por qué no lo explica, por qué no contesta a los abogados y al juez.
La esposa de Pedro Sánchez parece que teme algo. Da esa impresión. Si es poco menos que una mártir de la Justicia facha, debería entrar con la cabeza bien alta por la puerta principal de los juzgados de Plaza de Castilla, en lugar de acceder por el mismo lugar que los detenidos y los reos, como una delincuente más. Debería mostrarse desafiante en lugar de esquiva. En vez de pedir que no graben su cara en el interrogatorio, debería salir ella ante los medios y contestar unas cuantas preguntas. El que nada debe, nada teme.
¿Por qué ha pedido que no declaren como testigos dos cargos de la Complutense, en concreto el vicerrector de Relaciones Institucionales y su antecesor en el cargo? ¿Qué teme Begoña? Quizás sólo teme que digan la verdad.
La realidad es que Begoña Gómez está metida en un buen lío. Seguro que jamás pensó verse en un juzgado, ella, la esposa del todopoderoso presidente del Gobierno. Desde la Moncloa uno debe sentirse poco menos que inmune e impune. Y por eso actúa así, a la defensiva, sorprendida, humillada. Y su marido actuando de abogado defensor, insultando a los medios, convirtiéndose en víctima de un increíble complot de jueces, políticos y periodistas para acabar con él mediante la destrucción de su mujer.
El sueño de Begoña es demasiado bonito como para acabar hecho añicos de esta forma tan abrupta. De repente, una señora sin estudios universitarios se ve dirigiendo una cátedra en la Universidad Complutense, recibiendo a algunos de los más importantes empresarios, con una cola de empresas llamando a su puerta esperando turno para patrocinar, colaborar o esponsorizar su máster.
En esa situación seguramente Begoña Gómez llegó a creer que era poco menos que Steve Jobs, una gurú por la que se peleaban todos. Quizás no se daba cuenta de que el interés que despertaba era como mero medio de acercamiento a su marido y a los contratos millonarios que puede proporcionar su marido. La realidad es que su máster y su cátedra le importaban entre cero y nada a todas esas empresas.
Tanto se envalentonó que creyó que todo era suyo. Si Indra donaba un software, un programa informático, a la Complutense, por qué no registrarlo a su nombre. Nadie se iba a atrever a decirle nada. Y tenía razón, porque la Universidad Complutense no ha movido un dedo hasta que ha visto las denuncias periodísticas en las que quedan como inútiles, pelotas o cómplices.
Begoña Gómez tiene un problema y Sánchez con ella. Por mucho que trate de descalificar a los que denuncian, por mucho que ataque al mensajero, por mucho que suelte a sus perros contra el juez, la realidad es que el caso ha adquirido ya una dimensión judicial y mediática imparable.