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París se olvidó del deporte: crónica alternativa

La Torre Eiffel, iluminada con los aros olímpicos

La Torre Eiffel, iluminada con los aros olímpicosDPA vía Europa Press

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Si leen hoy las crónicas de la inauguración de los Juegos Olímpicos en París con toda seguridad encontrarán calificativos como “espectacular”, “grandiosa” o “única”. La verdad es que no fue así. Los franceses nos sometieron a un interminable publirreportaje de casi cuatro horas en el que los Juegos y los deportistas eran lo de menos.

El insulso viaje de las delegaciones de los países participantes surcando las aguas del Sena durante seis kilómetros no sólo fue monótono sino también desconcertante ya que se intercalaba con imágenes de un enmascarado dando brincos sin sentido por la cuidad o una desaprovechada Lady Gaga interpretando la repetitiva “Mon truc en plumes”. 

Suerte tuvieron los países con mayor representación que embarcaron en cruceros turísticos de cierto porte y no en pequeñas lanchas que el Sena se encargaba de menear a los deportistas arriba y abajo. En resumen, una cabalgata de barcos y barquitos atiborrados de irreconocibles turistas enfundados en ponchos agitando frenéticamente banderitas de sus respectivos países.

Hubo espacio también - cuatro horazas- para mostrar una colección inagotable de lo que parecían ser artistas callejeros de medio pelo, centenares de danzarines descoordinados, números musicales con olor a playback, cabezudos de fiesta de pueblo y banderitas de verbena tiradas sobre los árboles linderos del río.

No hubo solemnidad ni espectacularidad. Todos diremos que sí. Pero los franceses, los cronistas y los que tuvimos los arrestos de ver el evento en su totalidad, sabemos que no.

Se tomó la decisión de utilizar la inauguración principalmente como promoción turística de la ciudad obviando al verdadero protagonista, al deporte olímpico. No se quiso desaprovechar la ocasión de mostrar al mundo el gran decorado que es París -agradable si uno no se pierde en Saint-Denis- y alimentar la maquinaria turística del país aún a costa de una celebración mundial. Inviable por lo tanto encerrar el acto en un estadio por mucho que sea el templo del deporte y por mucho que en París llueva uno de cada tres días. Así se gesta la primera inauguración olímpica de la historia fuera de un recinto deportivo que tuvo que venderse, y que compramos, como un alarde de creatividad sin precedentes. El resultado fue un clip promocional eurovisivo gigante, vacuo y deslavazado.

Del mismo modo que se relegó al deporte y a los deportistas a un segundo plano por la publicidad de la cuidad, se olvidó el citius, altius, fortius en favor de los valores woke y queer. Las referencias a las virtudes del deporte pasaron de soslayo azotándonos constantemente con referencias a la diversidad de identidades sexuales y al feminismo, que, siendo muy respetables, deberían ser anecdóticas en un evento deportivo. Porque la virtud de la competición es precisamente que no entiende de discriminaciones y que el mérito de los campeones reside en el esfuerzo individual y colectivo, el respecto, la honestidad y la constancia independientemente del género, la raza o las preferencias sexuales del participante. 

Y claro, el evento perdió la poca consistencia y relevancia que podría haberle dado un trasfondo coherente. Destacaré que la organización arrinconó a nuestros reyes en una lateral de la grada de autoridades y que la retrasmisión no tuvo a bien mostrar don Felipe y doña Letizia al paso de los deportistas españoles, pero sí se tuvo el detalle - inevitable- de que Rafa Nadal fuera portador destacado de la antorcha.

Con la canadiense Celine Dion cantando magistralmente bajo un chaparrón de cuidado y el encendido de un, esta vez sí, original pebetero en forma de globo concluyó un despropósito low cost del que todos diremos ha sido una de las mejores inauguraciones olímpicas de la Historia. (Aunque todos sabemos que no). 

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