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Simone Biles, durante su primera participación en los Juegos Olímpicos de París.DPA vía Europa Press

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Es negra, heterosexual, católica y mujer, y sin embargo nada de eso importa. Simone Biles se está convirtiendo en la estrella de los Juegos Olímpicos porque es una deportista extraordinaria.

En cualquier otro momento decir esto sería una boutade, pero después de la mamarrachada parisina de presentación, en la que lo único a tener en cuenta fue la condición de un puñado de frikis enloquecidos por encima del mérito deportivo de quienes estos días nos asombran con el fruto de su esfuerzo, que esta mujer nos recuerde que el espíritu de los JJOO sigue siendo para sus protagonistas el de “más rápido, más alto, más fuerte” y no el de “pan y circo” que pretenden vendernos algunos, tiene mucho mérito. Es como encontrar una perla en medio de un montón de basura adornada con luces de neón.

Nunca he entendido que alguien esté orgulloso de su condición sexual, de su belleza, de su inteligencia, de su raza o de cualquier otra cosa que le viene de serie. Hay cosas que no se eligen ni se ganan porque uno nace como nace y ya está. De lo único que podemos presumir es de aquello que nos hace especiales no porque nos viene de serie sino porque es fruto de nuestro esfuerzo, tenacidad y espíritu de superación.

Simone Biles, en París.DPA vía Europa Press

Biles está demostrando todo esto y mucho más, y por eso debería convertirse en el ejemplo a seguir, aunque mucho me temo que en cuanto se apague el pebetero, y teniendo en cuenta que vivimos en una época donde un selfie bien retocado vale más que una medalla olímpica, los influencers de medio pelo seguirán siendo el espejo en el que se miren millones de jóvenes ( y no tan jóvenes) que solo aspiran a sus dos minutos de gloria siempre y cuando no se vean obligados ni a sudar ni a despegarse de su tablet. Así es el mundo que estamos creando y así nos va.

Afortunadamente todavía hay “extraterrestres” como esta mujer que abren un resquicio a una esperanza que quizá, con un poquito de suerte, termine por devolvernos los valores de los que, visto lo visto, carecen elementos como el tal Thomas Jolly, director artístico de la ceremonia de apertura