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Marlaska lo ha vuelto a conseguir y de nuevo somos el hazmerreír de Europa gracias a un culebrón con claro tufo a sainete del que cada día conocemos un nuevo capítulo cada vez más delirante. Ahora resulta que a Puigdemont no se le detuvo en el escenario de su mitin para no dañar su reputación. Lógico: ¿cómo se iba a permitir que un delincuente tuviera reputación de delincuente?. Habría sido intolerable. 

Es mucho mejor la de tío que tiene agarrado al gobierno por los cataplines –¡dónde va a parar!–, y esa la ha conseguido Puigdemont con creces mientras Pedro Sánchez disfruta de sus baños de sol con la tranquilidad de saber que sigue contando con los famosos siete votos. Y mientras tanto Bolaños nos toma por idiotas quitándole hierro al asunto.

A estas horas, el mérito del líder de Junts no ha sido fugarse -que eso en sus circunstancias lo podría hacer un niño de pecho- sino el de dejar patente que aquí ni los jueces, ni el Congreso, ni las fuerzas y cuerpos de seguridad estatales y/o autonómicas pintan un pimiento siempre y cuando el gobierno –este gobierno– no diga lo contrario. Todo ello sin contar con que continúa teniendo en su mano el poder de seguir pidiendo a sabiendas de que mientras Sánchez dependa de su paupérrima representación en la Cámara Baja sus deseos son órdenes y la vaca del Estado no dejará de darle la leche que se le antoje.

Visto lo visto, está claro que Puigdemont no quiere volver. Vive de lujo más allá de nuestras fronteras ganando batallas sin dar un palo al agua, practicando con los vídeos en Youtube de David Copperfield y escuchando como Pedro le susurra desde la distancia la parte de la canción de Abba que dice aquello de: "finalmente frente a mi Waterloo, sabiendo que mi destino es estar contigo". Y no es por desanimar, pero de esto nos quedan por delante tres años.