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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.EDUARDO PARRA

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Lo sabemos desde siempre: la capacidad de Pedro Sánchez de huir hacia adelante no tiene límites, y su gusto por saltarse todas las líneas rojas de la buena política y la ética, tampoco. Hay que reconocer sin embargo, que su manual de resistencia acaba de salir de la lista de best sellers para encabezar la de folletines de muy poquita calidad. 

O a Sánchez la resistencia se le está fundiendo, o el poder desgasta la imaginación más de lo creíamos. Sinceramente, de las noches en vela del hombre que ha conseguido convertirse en el monarca absolutista del partido que llegó a expulsarlo, se esperaba algo más imaginativo que una burda contraofensiva pidiendo a la oposición las explicaciones que él no está dispuesto a dar.

Estamos acostumbrados a que los políticos se abstengan de asumir sus marrones, pero de ahí a hacer de la paja en el ojo ajeno una amenaza teniendo todo un encofrado de vigas en el propio, hay un trecho muy poco tranquilizador que en toda casa de vecino se conoce como desfachatez; y desfachatez (nada que ver con no tener la tez de facha, presidente) es quizá lo que mejor define la actitud de alguien que llama a darle la vuelta a su programa electoral "cambio de opinión", que no le tiembla el pulso si necesita romper la igualdad entre españoles, que renuncia a sus funciones cada vez que tiene una inspiración epistolar y que intenta quitarse el barro de la solapa mandando a la oposición al tinte. 

Aunque bien mirado, ya lo decía ese otro inspirador de manuales de resistencia llamado Maquiavelo de quien Sánchez se está revelando como un alumno muy aventajado: "Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas porque la política no tiene relación con la moral… La victoria se consigue cuando el rival se rinde, se retira o es destruido".