LA MIRILLA
El obsesivo odio de Sánchez a Ayuso
Pedro Sánchez es siempre coherente: lo que piensa y dice, lo piensa y dice para un momento y, luego, más tarde, unas horas después o al día siguiente, si lo desea “cambia de opinión”. Es Pedro y las circunstancias que le obligan. Se adapta. Fíjense en su reciente viaje por África. El martes hizo un discurso tildado por quienes lo escuchaban de “papeles para todos” y el jueves, serio, abogó por devolver a sus países a los migrantes irregulares. Una cosa y la otra en dos días. Un relámpago desdiciéndose. Así que, siguiendo su manera de ser, puede asegurar ahora que va a prolongar la legislatura tres años y convocar a las urnas dentro de unos meses.
Esta semana le ha tocado atacar a los odiosos propietarios de lamborghinis, que deben ser los culpables de que haya menos trenes y autobuses públicos. En realidad, es una metáfora presidencial. El carísimo coche es la vuelta a un “fake” que en su día propagó Rocío Monasterio para criticar a Isabel Díaz Ayuso. Para ello, para denostarla, la lideresa de Vox usó una foto de la presidenta madrileña, en una visita oficial al parque de atracciones de Madrid, montándose en el coche de Batman. Ridículo de tierra trágame cuando se desveló la verdad.
Pero, al líder socialista igual le sirve un roto que un descosido en su línea. Debe saber que aquel bulo del lamborghini fue desmentido por la realidad. Es igual, le venía al pelo la imagen. Saca otra vez a relucir el carísimo coche para tratar de poner en evidencia a Ayuso, aún sin nombrarla. Vive obsesionado con ella. No soporta que la receta del PP de Madrid triunfe entre la gente. Impuestos bajos y servicios públicos eficientes y de calidad dan votos. Que la presidenta popular sea capaz de llevar adelante, con éxito además, el lema completo de la Revolución francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad y Felicidad”, lleva los diablos a la izquierda.
Los usuarios de metro y cercanías en Madrid entienden bien de lo que se habla. Uno depende de Ayuso, el otro del escudero sanchista Óscar Puente. En el metro de Madrid hay confort y pocos retrasos, o sea, seguridad. En la Renfe, al contrario, cuando no es la catenaria es una máquina vieja, el caso, demoras e incomodidad para los viajeros. ¿Quién defiende mejor los servicios públicos?
A. M. BEAUMONT