Síndromes políticos
En España podemos observar cómo se va imponiendo en la política socialista una variante del llamado síndrome de Estocolmo, el cual se caracteriza, como fue definido por el docente argentino Charlie López, por ser una experiencia psicológica en la cual se desarrolla un vínculo afectivo entre un rehén y su captor.
Este síndrome recibe el nombre de la capital de Suecia por el primer suceso identificado en el que se dio esa relación psicológica entre víctima y victimario, con ocasión del robo en un banco el 23 de agosto de 1973. Pues bien, dicho síndrome está mutando tras pasar por la Moncloa en cada consejo de ministros, observándose cada vez más en la relación que se va tejiendo entre Pedro Sánchez y sus ministros y con los líderes territoriales del partido socialista, y así se está creando el síndrome de Estocolmo versión actualizada, en el que los que lo sufren solo quieren vivir con la soga puesta porque no entienden la vida política, incluso la personal, sin sentir los nudos de la cuerda monclovita.
El secuestro de las voluntades, en el caso del sanchismo, se caracteriza por ser voluntario y disfrutado, pero sin duda, cuando pase el tiempo y miren los secuestrados atrás se darán cuenta de cómo han hundido su prestigio y han festejado su pérdida de libertad y en vez de rebelarse, mostraron una clara sumisión.
Hemos visto cómo personas con solvencia intelectual se someten a los caprichos sanchistas, como es el caso del ministro José Luis Escrivá, que es expulsado del Consejo de Ministros para llegar al Banco de España, siendo consciente que va a perder todo el prestigio que le queda y pasar a ser un zombi más; lo mismo puede decirse de Carmen Calvo, que tras ser comprada con la presidencia del Consejo de Estado ha tirado por la borda todo su bagaje de defensa del Estado constitucional y la igualdad de los españoles.
Podría poner muchos ejemplos de políticos sanchistas que están sufriendo el nuevo síndrome de Estocolmo, puesto que aceptan destrozar sus curriculum y biografías con una clara sumisión, sin darse cuenta que tienen una soga en el cuello aunque ésta, a veces, sea dorada y brille mucho de forma ocasional, convirtiéndose en simples caricaturas sonrientes y balbuceantes como le está pasando a María Jesús Montero que ha sido el hazmerrir de toda España con su discurso en el Senado al intentar explicar el acuerdo con ERC digno de los hermanos Marx.
Sánchez juega con este nuevo síndrome por él creado, a su antojo, puesto que nombra y cesa sin despeinarse recibiendo siempre la sumisión propia de las víctimas de este característico síndrome. El único que se ha atrevido a hablar de esta relación de sumisión psicológica tóxica fue el efímero ministro valenciano, Máxim Huerta, que describió una conversación con Sánchez en el momento de su cese en el que el presidente hizo un monólogo sobre su figura y la transcendencia histórica de su mandato, poniendo de manifiesto que se puede esquivar el síndrome de Estocolmo sanchista si uno sabe respetarse a sí mismo y a su biografía.
Los líderes socialistas Page, Lambán, Tudanca, Lobato, entre otros, sufren también este síndrome ya que a pesar de mostrar una cierta rebeldía, esta se puede definir como "fija discontinua", ya que en ningún momento se han atrevido a romper la soga, lo cual es otra manera de estar sometidos. Así pues, Sánchez les deja protestar para hacer creer que en el sanchismo hay libertad, hasta que llegue la hora de cerrar el nudo de forma definitiva y tengan que irse con su bagaje político totalmente destrozado, como sin duda ocurrirá en el congreso socialista del próximo noviembre.
Otra técnica que caracteriza al síndrome de Estocolmo sanchista es la utilización de la sumisión como compra de voluntades. Sánchez cesa y recoloca en otros lugares a sus peones lo cual supone apretar más el nudo, ya que estos a pesar de perder su libertad están agradecidos al dueño de la cuerda, el cual disfruta apretando o dejando de apretar a su simple voluntad.
Es verdad que esta colonización de las instituciones, que ya es marca del sanchismo, no sería posible sin la sumisión de personas con prestigio profesional que de forma consciente o inconsciente desean de forma enfermiza mantener el cuello en la soga que les ha puesto su captor. Ver a Bolaños como pasea su soga por los foros políticos poniendo cara siempre de soberbia, a Óscar Puente convertido en un bufón tal como le exige el guion del que le estira la soga, al nuevo ministro Óscar López decir que ahora va a "hablar, porque lleva seis años callado" cuando todos sabemos que solo hablará cuando le estire de la soga Sánchez, incluso Yolanda Díaz que está feliz con su soga de diseño sin percatarse que el que le da o quita el oxigeno político es el dueño de la soga.
Sin duda la historia no será amable con ellos, porque la aceptación de la soga blanqueando al que tira de ella es simplemente cobarde, y en eso consiste esta nueva variante del síndrome de Estocolmo, que convierte al que lo padece no en una víctima, sino en un colaborador necesario. Pero cada uno es muy libre de escoger cómo quiere ser recordado en el futuro: si como una persona valiente o como un simple peón sumiso y con miedo a la libertad.