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LA MIRILLA

El dinero con sangre del “consigliere” Zapatero

Edmundo González, el pasado mes de julio en Venezuela.Jimmy Villalta

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El dictador Nicolás Maduro no tiene dudas: “¿Quieres libertad? Vete al exilio”. Este domingo ha sido un día muy duro para los venezolanos. Quién ganó sus últimas elecciones ha tenido que salir de su nación acosado por la tiranía chavista. Edmundo González, quien ahora mismo según los votos debería ser el presidente de Venezuela, tiene 75 años. Si se hubiese quedado en el país por el que tanto ha luchado, el régimen lo hubiese detenido y tirado en una cárcel hasta morir. No huye, sale de allí para evitar que lo asesinen aquellos que en una democracia deberían defenderle.

Este domingo, repito, quien debería haber sido proclamado presidente de Venezuela, ha llegado a España. Nuestro país, por mediación del consigliere de Maduro, José Luis Rodríguez Zapatero, le ha concedido el asilo. Es un gesto humanitario ineludible, aunque no blanquea la posición tibia del Gobierno de Pedro Sánchez ante la tiranía que aterroriza a los cuidados venezolanos. España, por boca de su presidente y su ministro de Exteriores, José Manuel Albares, no ha hecho otra cosa que tirar balones fuera ante lo que ha sido un fraude electoral y, posteriormente, una represión brutal contra el pueblo que alza su voz pidiendo respeto democrático.

Mención aparte merece Zapatero. Una absoluta vergüenza el comportamiento del expresidente español convertido en comisionista de lujo de la tiranía caribeña. No se logra entender que personajes así se permitan pasar la vida dando lecciones morales a los demás. Su participación en este tema del exilio de quien es el legítimo vencedor electoral, ha consistido en ayudar a quitar una patata caliente a Nicolás Maduro y sus matones, que preferían tener a González fuera de Venezuela antes que en una prisión con las miradas internacionales puestas sobre él. ZP, como él quiso que se le llamase, porque no merece más que una sílaba para nombrarle, llena sus bolsillos de dinero manchado de sangre de la tiranía.

A. M. BEAUMONT