Cerrar

El ministro Félix Bolaños, en una reciente sesión de control al gobierno.EDUARDO PARRA

Creado:

Actualizado:

La legitimidad de Pedro Sánchez vale el precio que sus socios marquen por su apoyo. Es lo que tiene gobernar sin haber ganado unas elecciones inventándose haber vencido. Además, a Frankenstein (su sociedad de extremistas) cada vez cuesta más moverlo. Pese a ello, el presidente asegura que seguirá con la legislatura a cuestas. No desea irse de La Moncloa, dónde va a vivir mejor, con todos los gastos pagados, palacetes para pasar los fines de semana, coches, escoltas y un avión a su disposición.

La publicidad presidencial desea hacer creer que Sánchez goza de una entereza sobrenatural que le da su enorme fuerza como resistente. “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”, dice nuestro sabio refranero. El inquilino monclovita vive hoy bunkerizado, sabedor de que la calle le pita, sin posibilidad de maniobrar para aprobar leyes, sin siquiera ser capaz de sacar adelante unos Presupuestos que dibujen un proyecto de país y, como colofón, cercado por la corrupción de su partido y familiar.

Ante este panorama tan desfavorable, cualquier político sensato tiraría la toalla y convocaría nuevas elecciones, pero Sánchez no, porque está convencido que perdería el poder y seguir en el machito es el único principio que ha mantenido inalterable en su carrera. Desea seguir sobreviviendo, cerrando si es preciso el Parlamento, a golpe de decretazos. La Constitución y las leyes ya hemos visto lo que le importan. Para eso ha ido colonizando instituciones, como el Tribunal Constitucional, con su fidelísimo Cándido Conde-Pumpido, para que miren hacia otro lado cuando convenga interpretar la Justicia con renglones torcidos. La cosa ha llegado a ser tan descarada que un ministro, considerado el más listo de todos, el de Justicia, Félix Bolaños, ha defendido en el Congreso de los Diputados nombrar “afines” en las instituciones para “gobernar tres años más”. El fin justifica los medios

A. M. BEAUMONT