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EDITORIAL

Sánchez, bandazos en política exterior: prima su interés personal

Argumentan desde el Ejecutivo que no toca reconocer a Edmundo González como presidente porque es un paso que, en su caso, debe dar la Unión Europea, pero el Consejo de Ministros aprobó el reconocimiento del Estado Palestino. El presidente lo decidió sin encomendarse a nadie ni a nada

Pedro Sánchez con Edmundo González

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Quedan pocas cosas en España que no dependan del Gobierno y no estén al servicio de Pedro Sánchez, de su interés personal o partidista. La política exterior no es una de esas cosas, como atestiguan diversos episodios: Marruecos, Venezuela, China y Palestina. Los bandazos son constantes y los cambios de criterio también.

Estos días hemos asistido al último capítulo, el exilio del presidente electo de Venezuela, Edmundo González. El presidente del Gobierno le ha recibido en la Moncloa, pero fuera de la agenda oficial. No se ha atrevido a hacerlo en calidad de ganador de las últimas elecciones. Parece que temiera enfadar a Maduro, no vaya a contarnos quizás qué había en las maletas que Delcy Rodríguez desembarcó aquella noche en Barajas en presencia de José Luis Ábalos.

Argumentan desde el Ejecutivo que no toca reconocer a Edmundo González como presidente porque es un paso que, en su caso, debe dar la Unión Europea en su conjunto, no un país de forma aislada y al margen del consenso con nuestros socios.

El argumento es tan débil que se cae ante el más mínimo análisis e incluso ante una mera observación de la realidad, de lo que el propio Sánchez ha hecho en otros casos. A finales del pasado mes de mayo el Consejo de Ministros aprobó el reconocimiento del Estado Palestino. El presidente lo decidió sin encomendarse a nadie ni a nada y, por supuesto, sin el acuerdo de los países miembros de la UE. Y todo porque vio una oportunidad de anotarse un tanto. Eso pensaba al menos él.

Por si fuera poco, su reciente visita a China nos ha dejado otra evidencia: Sánchez no sólo es capaz de actuar sin consenso si considera que eso le beneficia sino que va más allá: se atreve a contradecir el criterio consensuado por la propia Unión Europea. Eso es lo que ha ocurrido cuando el presidente del Gobierno español, durante su visita al gigante asiático, se atrevió a pedirle públicamente a la UE que reconsidere su política de aranceles impuestos al coche eléctrico fabricado en China. El asunto ha levantado ampollas en Bruselas porque además de inadecuada, la declaración es inoportuna, porque debilita la posición de la Unión Europea en plena batalla comercial con ese país.

Si rebobinamos un poco más, llegamos al sorpresivo e inexplicado giro histórico de España respecto al Sáhara, dando la razón a Marruecos. La decisión fue tomada por el propio Pedro Sánchez de manera personal y de la noche a la mañana. Nunca se ha dado una razón convincente de por qué el líder socialista cambió de manera tan repentina la posición española, aunque se ha especulado mucho al respecto.

En definitiva, Sánchez actúa en política internacional de la misma manera que en política nacional: según su propio interés. Lo que ayer no se podía ni debía hacer hoy se hace o viceversa. Sánchez es Sánchez, aquí, en China o en Bruselas: un hombre de poco (o nada) fiar.