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Socialismo cuántico: una distopía que Sánchez ha hecho realidad

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Socialismo Cuántico

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Si todo ha salido según los cálculos, esta carta habrá aparecido en tu buzón el 17 de agosto de 1999.

Sé que lo que estás a punto de leer es difícil de creer. Pero por tu bien y el de tus seres queridos, deberás hacerlo.

Tengo 41 años, soy físico, Doctor en Dinámica Cuántica de Sistemas Complejos. Trabajo para el gobierno, aunque para ser totalmente sincero, no sé a ciencia cierta para quién trabajo. Digamos que hay una empresa sin nombre que, con fondos gubernamentales de diversas fundaciones y entidades supranacionales, explora una serie de campos con potencial para el desarrollo de nuevas tecnologías… Y sus objetivos no son precisamente servir al pueblo que, sin saberlo, financia sus actividades.

Han construido una máquina. Es enorme. La llamamos ‘la caja’. Son más de quince pisos bajo tierra, en algún lugar del planeta que ni yo mismo sé dónde se encuentra. Para que nos entendamos, es como una gigantesca nevera. El interior de la caja puede alcanzar la temperatura más cercana al cero absoluto que el principio de Heisenberg permite. Las diferentes capas inhibidoras, dispuestas como matrioskas, aíslan completamente su interior, creando una pequeña región del espacio-tiempo totalmente desconectada de nuestra realidad.

Me incorporaron al equipo porque, sin saberlo, desarrollé la base teórica para mantener una suerte de comunicación con el interior de la caja —sin alterar el aislamiento absoluto que permite que la máquina funcione— mientras trabajaba en los cálculos para diseñar un experimento que pusiera a prueba mi tesis sobre el estado de superposición de algunos números primos. Ahora sé que jamás me dejarán salir de aquí.

Inicialmente la caja se concibió para obtener el primer ordenador cuántico integral listo para ser gestionado por la mayor red de inteligencia artificial jamás concebida. Los científicos que trabajaban en el proyecto lo llamaron EVA. Se autoengañaban diciéndose a sí mismos que trabajaban en una herramienta al servicio de la humanidad. No me cabe duda de que en el fondo sabían que estaban desarrollando un arma.

Pero las cosas no funcionaron como esperaban. Los cristales cuyos átomos querían utilizar como qubits, en ocasiones, simplemente desaparecían al entrar en coherencia. Un túnel cuántico de esas características tiene una probabilidad casi despreciable, aunque distinta de cero; podría llegar a suceder, pero no con esa frecuencia.

Fui yo quien advirtió la naturaleza de esos eventos. Demostré que, en determinadas condiciones, aquello que se encontraba en el interior de la caja no solo se superponía en el espacio… también lo hacía en el tiempo. Y así nació el proyecto ‘mensaje en una botella’, que dirijo personalmente y cuyo último logro, si todo ha salido según lo previsto, tienes ahora entre tus manos.

Sí, no solo te escribo desde otro lugar. También lo hago desde otro tiempo. Para mí, hoy es 17 de agosto del año 2024 d. C. Como te he dicho, sé que no es fácil de creer, pero también sé que tú lo harás.

Esta carta que estás leyendo en 1999 es un hito en la historia de la ciencia, mi mayor logro científico y, seguramente, el certificado de mi muerte, pero es el único modo de que dispongo para establecer una comunicación con el exterior, aunque sea el de otro tiempo.

Tardarán años en poder volver a crear las condiciones para el siguiente ‘lanzamiento de botella’. Ahora tú y yo somos cómplices de haber gastado la bala más cara de la historia; cada letra que lees cuesta decenas de millones de dólares. :-)

Yo tampoco quería aceptarlo, pero con mi trabajo he sido cómplice de aquellos que ansían un poder sin límites. Ante la posibilidad de materializar mis descubrimientos, no quise ver el mal que aquí se gestaba. Poderoso caballero es Don Dinero… pero queda en Don Nadie al lado de Don Ego.

Llegados a este punto, no puedo hacer mucho más que lanzar un mensaje al mar del tiempo, con la esperanza de que ayude a enmendar lo que vosotros aún estáis a tiempo de evitar. Toda tecnología que aquí se desarrolla, incluida la que ha hecho posible nuestra comunicación, tiene como principal objetivo implementar la mayor amenaza a nuestra civilización: el programa ‘serás feliz’.

Los golpes de estado, las guerras, los regímenes dictatoriales y narcodictaduras están dando paso a una nueva generación de sistemas totalitarios basados en la ingeniería ideológica. Con la implementación del programa ‘serás feliz’, ya no es necesaria la violencia para encadenar a un pueblo; es el pueblo el que se arrastra de rodillas, alzando las muñecas e implorando que le pongan las cadenas. La guerra que nosotros libramos empezó en vuestro tiempo, y el campo de batalla es la mente… y el espíritu.

Para moldear la sociedad esclava perfecta, el programa ‘serás feliz’ ha diseñado al esclavo perfecto: lo que llamamos ‘El Maniquí’.

El Maniquí es un ser ‘sin rostro’ y sin sexo. Está profundamente solo y aislado, pero convenientemente empaquetado en un colectivo, listo para ser utilizado como arma arrojadiza contra los sectores rebeldes de la población. El Maniquí carece de orígenes y raíces: no tiene Dios, no tiene familia, no tiene patria. No tiene hijos por miedo de agraviar a la ‘pacha mama’ y porque solo se debe al depresivo disfrute de su nueva vida sintética. Es un ciudadano del mundo, esto es, de ninguna parte. No tiene ambición ni grandes metas, pero tiene un patinete. Se alimenta a base de papilla ideológica servida por el régimen a través de música, series y lecturas que lo arrojan a los brazos de causas ‘buenistas’, diseñadas para malversar su necesidad de trascender, inherente a todo ser humano.

Los Maniquíes renuncian gozosamente a sus derechos y libertades por causas superiores de goma espuma, como salvar el planeta, combatir el machismo o acabar con el fascismo. No buscan la entrega profunda, el virtuosismo ni explorar los límites en ningún campo; ansían derechos que no son tales, mientras malvenden los pocos y verdaderos que poseían; los que otorga el ser humano y los que nos vienen otorgados por serlo.

El Maniquí habla un idioma extraño que, para sentirse inclusivo, termina discriminando en cada palabra que pronuncia, mientras contempla la prohibición de su lengua en su propia tierra. Debe vivir con miedo y sentirse culpable por el modo en que su historia, su estilo de vida, el color de su piel y, en última instancia, su mera existencia, dañan a las minorías y a ‘el planeta’, una de las nuevas deidades ante la que, despojados de la fe de sus padres, se flagelan con gusto, respaldados por la seguridad que les confieren unos likes que certifican… ‘bastante’… su superioridad moral.

El Maniquí no dice ‘buenos días’ ni ‘buenas tardes’, no abre la puerta, no retira la silla ni guarda decoro alguno en la vestimenta, porque debe, por encima de todo, expresarse libremente como individuo, pero siempre encajado en los clichés cuidadosamente diseñados, industrializados y distribuidos por medios y redes, todo ello calculado para que sea incapaz de percatarse de que, en realidad, su expresión no ha nacido de él.

Solo El Maniquí, programado para ser castrantemente dócil, puede vivir sin revolverse en su ‘nueva normalidad’:

El maniquí acepta dócilmente que ni una sola de las predicciones del apocalipsis climático se haya cumplido. Cuando la pantomima del agujero de la capa de ozono, que en 1999 os atormenta, salte por los aires, vendrán muchas más; con la desaparición de los glaciares el nivel del mar subirá siete metros cubriendo las Maldivas, Venecia y todas las playas del Mediterraneo en 2013, en 2015, en 2018, en 2021 y en 2023… lo cierto es que a día de hoy no se ha movido ni un palmo. Pero al maniquí no le importa lo más mínimo cuántas veces lo engañen; necesita sofocar su insondable vacío. Pagará los impuestos ideológicos que le pidan para aliviar su carga y se abrazará a la primera causa con carcasa moral que le pase por delante sin hacer demasiadas preguntas.

El Maniquí acepta dócilmente las escalofriantes 497 asimetrías legales que discriminan al hombre, aunque sea incapaz de definir qué es una mujer. Ha renunciado a la igualdad y al imperio de la ley, renuncia que los poderosos promueven y aprovechan para cambiar las leyes que les condenan, para indultarse y para amnistiarse si es necesario.

El Maniquí acepta dócilmente que le prohiban circular con su vehículo privado —que compró penosamente, impuestazo tras impuestazo—, pero no sin la alternativa de un transporte público cada vez más degradado, más inseguro y con más incidencias de todo tipo… pero, eso sí, con el consuelo de que sus quejas serán correspondidas con el bloqueo de un ‘servidor’ público que se anda por las ramas.

El Maniquí acepta dócilmente que sus hijos sean hipersexualizados, haciendo de la autopercepción sexual el epicentro de su identidad y transformando una orientación en una moda que marca tendencia y que por ósmosis, multiplica por 4.000 la transexualidad infantil, obligando a médicos y padres a ser meros espectadores, bajo pena, de la transición de sus hijos —transición de sanos a enfermos crónicos— y de la amputación y mutilación de sus cuerpos perfectamente sanos. Procesos que, en no pocos casos, terminan en irreversible arrepentimiento y en algunos, en algo mucho peor.

El Maniquí acepta dócilmente felicitar las fiestas para no ofender diciendo ‘Navidades’, mientras se desvive felicitando el ramadán o hincando la rodilla antes de un evento deportivo.

El Maniquí acepta dócilmente la federalización fractal como estructura suprema. En su patria, ahora nación de naciones; en su barrio, con la inducción de guetos soberanos; en la familia, con 16 tipos definidos por ley; y en su autopercepción, con 37 géneros oficiales que deben ser estudiados por los funcionarios públicos y jueces sensibles a perspectivas con nombres cínicamente ‘biensonantes’ para esconder su naturaleza puramente sexista.

El Maniquí acepta dócilmente la inmigración ilegal masiva y descontrolada. Miles de seres humanos son lanzados en oleadas contra fronteras de pladur, utilizados como arma, mercantilizados por las mafias del tráfico de personas e instrumentalizados por gobernantes como herramienta de desestabilización, enfrentamiento y división. Él sufre las consecuencias; tiene miedo de pisar la calle, pero más miedo tiene a que su propio dedo acusador apunte hacia él mismo.

El Maniquí vive en un mundo deconstruido donde intentar recuperar tu propiedad usurpada es delito y defender tu hogar asaltado es prisión, todo ello mientras los médicos deben preguntar a los varones si están embarazados, los hombres alzan los trofeos en deportes femeninos y las coronas de los certámenes de belleza se las encasquetan ‘mujeres’ por el simple hecho de no serlo.

El Maniquí habita un mundo donde la tecnología de reconocimiento facial identifica cada uno de sus movimientos, donde las cámaras de cabina evalúan los microgestos de su ya irreconocible rostro al entrar en su coche de última degeneración. Donde son observados en tiempo real mientras ellos observan a los poderosos a través del filtro de empresas de verificación de noticias financiadas por los mismos poderosos que deberían ser fiscalizados por el pueblo.

El Maniquí vive en un mundo donde el aborto arranca 90 millones de vidas cada año, elevándolo a derecho constitucional, al mismo tiempo que la policía te multa por encender un cigarrillo al aire libre.

El Maniquí vive en un mundo donde los secuestradores están en la dirección del estado mientras los secuestrados son demonizados por los medios. Donde las mujeres condenadas por secuestrar a sus hijos son indultadas y condecoradas con el título de ‘madres protectoras’. Donde las periodistas, regadas con el dinero arrebatado al pueblo, repiten palabra por palabra el argumentario del partido en la televisión pública.

El Maniquí vive en un mundo donde el número de ministros se multiplica por el mismo factor que el gasto político, invertido en un 99 por ciento en campañas, acciones y estructuras concebidas exclusivamente para mantenerle obediente, cosa que acepta gustosamente siempre y cuando se pronuncien las palabras sanidad y educación.

El maniquí vive bajo un gobierno con ministros comunistas. Sí… Cien millones de muertos después… ministros comunistas.

Esta pesadilla, en mi mundo es muy real, pero vosotros estáis a tiempo de que solo quede en eso, en una pesadilla. Tú puedes evitarlo.

Sí, tú. La carta te la he mandado a ti por varios motivos, uno de ellos es porque conozco bien mi buzón y eso facilita enormemente el lanzamiento. Pero sobre todo porque confío en ti, aún eres muy joven pero tienes el potencial para hacer grandes cosas. Ahora ya sabes que eres capaz, no necesitas demostrarlo. Lo único que tienes que hacer es no cometer mis mismos errores. Si haces las cosas bien, serás una versión mejorada de mi… o yo una versión empeorada de ti, pero en cualquier caso, esa idea me gusta.

Sé que encontrarás la manera de evitar esta distopía y cambiar vuestro destino, estoy seguro. Ahora está en tus manos, es tu momento.

No debo darte una indicación concreta, pero no debería haber hecho tantas cosas… Jamás permitáis, pase lo que pase, repito, pase lo que pase, que José Luís Rodríguez Zapatero llegue al poder. Él es el inicio de la pendiente… y cuando nos deje rodando cuesta abajo otros socialistas recogerán su testigo, mientras él sigue sometiendo a otros pueblos.

No nacimos maniquíes porque a riesgo de cometer atrocidades somos intrínsecamente dignos y libres… tan alto es el precio de la libertad. Jamás renuncies a ella. Cierto, debe ser gestionada en marcos, pero nunca en lazos corredizos porque irremediablemente quedan ajustados al cuello.

Intenta ser feliz, pero sobre todo haz lo que debes hacer.

Te deseo mucha suerte, lo harás bien. ;-)

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