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EDITORIAL

Sánchez, cercado por el juez y en manos de Puigdemont

Verle sentado ante el juez Peinado y oírle cómo invoca su derecho a no declarar contra su esposa supone un varapalo para él, sobre todo cuando ha puesto tantísimo empeño en tratar de evitar esa imagen

Pedro Sánchez durante una sesión en el Congreso de los Diputados.EDUARDO PARRA / EUROPA PRESS

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A Pedro Sánchez le gustaría gobernar de espaldas al Congreso y, por supuesto, de espaldas al juez. Lo que ocurre es que no puede ignorar a ninguno de los dos. Tanto es así que ambos se han convertido en las dos mayores preocupaciones del líder socialista que ve cómo se ha esfumado la mayoría parlamentaria que le hizo presidente del Gobierno y que ve también cómo se le complican los procesos judiciales abiertos contra su Gobierno, el caso Ábalos, y contra su entorno familiar, los casos de su esposa y de su hermano.

Probablemente nadie de los centenares de asesores, ministros y pelotas que rodean a Pedro Sánchez en la Moncloa pudo siquiera sospechar que una denuncia de Manos Limpias iba a llegar hasta donde ha llegado ya. Y no sabemos dónde va a acabar. El último episodio ha sido un duro golpe de imagen para Sánchez.

Verle sentado ante el juez Peinado y oírle cómo invoca su derecho a no declarar contra su esposa supone un varapalo para él, sobre todo cuando ha puesto tantísimo empeño en tratar de evitar esa imagen. El hecho de que se haya producido es una derrota para él, pero un éxito para la democracia. Se impone la separación de poderes. Sánchez no puede más que un juez de instrucción, por muy presidente del Gobiernos que sea. Toda una cura de humildad para un ególatra.

Mientras eso sucede, aumenta en paralelo su debilidad parlamentaria. Junts le da la espalda y le deja sin esa mayoría mal llamada progresista que en realidad no es más que la confluencia de intereses varios. El de Sánchez, llegar al poder y mantenerse allí, el de sus socios, esquilmarle y exprimirle al máximo.

Sánchez vive entregado y sometido a los deseos de los enemigos de España. Está en sus manos. Por eso envía a una delegación del PSOE a negociar con Puigdemont a Ginebra. No está chantajeado por los secesionistas, sino que está aliado a ellos. ¿Desde cuándo un chantajeado viaja en busca de su chantajeado? Si Santos Cerdán se desplaza hasta Suiza para encontrarse con Puigdemont y tratar de iniciar una negociación para restañar heridas y recuperar apoyos, ¿dónde está el chantaje? La respuesta es que no existe tal cosa en esa relación.

Otra cuestión muy diferente es que Puigdemont suba el precio de su apoyo un poco más cada día que pasa, viendo además que Sánchez no tiene límites. Pero en su pacto con los independentistas no hay tal chantaje. Es él el que lo ha buscado y responde a una libre elección. Había otros caminos y sigue habiéndolos: disolver las Cortes y llamar a los ciudadanos a las urnas es uno de ellos, probablemente el más sensato, pero a la vez el más lesivo para sus intereses.