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Pedro Sánchez, el pasado sábado, junto a la princesa Leonor.

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No han sido los abucheos, cantados desde lejos para que se notaran lo menos posible, ni esa coronilla a la que ya se le empiezan a apreciar maneras de tonsura. Ni siquiera ha sido el regate de la princesa de Asturias mil veces reproducido en las redes sociales. No, señores. Lo que de verdad refleja el estado de caída libre, de deterioro personal, profesional e institucional de Pedro Sánchez es el chubasquero cutre con el que apareció en el desfile del domingo saltándose para mal el protocolo, y sobre todo, la capucha.

Ay… esa capucha dada la vuelta dijo más del pésimo momento por el que pasa el otrora Pedro “El Hermoso” que cualquier auto judicial. Nunca se ha visto un gorro que proclamara con más claridad la soledad de un presidente al que nadie, ni su mujer al salir de casa, ni sus escoltas, ni sus ministros, ni sus “presuntos” socios de gobierno tuvieron a bien avisarle de que, más que un presidente, parecía un mix entre un párvulo saliendo del colegio y el jorobado de Notre Dame.

En esa capucha hecha un gurruño cabe de todo, desde el resquemor de Begoña Gómez por tenerse que quedar en casa, hasta la venganza de Margarita Robles por el rapapolvos que seguramente recibió a cuenta de sus declaraciones sobre la dictadura de Maduro. Nadie se la atusó y todos dejaron que Sánchez intentara, con poco éxito, acercarse a la Guardiamarina Borbón Ortiz disfrazado de capitán Pescanova. Si eso no es estar en horas bajas, que venga Dios y lo vea.