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ONVRE DECONSTRUIDO

¡A la mierda el progreso! Queremos prosperidad

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Érase una vez un burro que jamás se alejaba de las tierras de su buen amo, pero un astuto ladrón consiguió llevárselo subiéndose a su lomo y sujetando un palo del que colgaba una zanahoria, de manera que esta siempre quedaba justo fuera de su alcance… colgando frente a él.

El burro avanzaba y avanzaba, motivado por la sensación constante de estar más cerca que nunca de conseguirla. Así, el ladrón llegó adonde quería, sirviéndose del pobre burro.

Una vez logrado su objetivo, tras kilómetros de frustración del hambriento animal, el ladrón se bajó, desató la zanahoria y, ante la atenta mirada del burro… ¡se la comió! dejándolo morir de hambre, solo y lejos de su hogar.

Como hemos comentado en otras ocasiones: saben que pensamos con palabras; en consecuencia, son conscientes de que aquel que domine las palabras dominará los pensamientos de ‘la gente’. No en vano la RAE es otra de las instituciones colonizadas por los socialistas. Casi nadie repara en ello, pero el mal uso, siempre político, mediante el dominio de las palabras que confiere el control de dicha institución no es, ni mucho menos, baladí.

En una suerte de ejercicio termodinámico —ejerciendo un control sobre los individuos (partículas microscópicas) actuando sobre la masa, lo que Yolanda llama ‘la gente’ (sistema macroscópico)— logran anular nuestra capacidad crítica mediante una serie de procesos —desindividualización, simplificación cognitiva, polarización, emocionalidad, conformismo, ilusión de consenso y dependencia de la autoridad, entre otros— que se producen cuando el político se dedica a moldear a la masa como quien hace figuritas de plastilina; lo que jamás tragaría el ciudadano, lo traga ‘la gente’ sin problemas.

Esto lo saben todos los políticos, pero la izquierda lo ha elevado a la categoría de maestría suprema. Tanto es así que no es muy difícil percatarse de que se han pasado de rosca —véase a la cuqui vicepresidente del goaverno, Yoli Fundy Baby Voice—.

En esta deriva malversadora del legado de nuestros padres, la lengua no iba a ser una excepción; todo lo contrario, el socialismo ha convertido las palabras en un instrumento insidioso que no hace otra cosa que acelerar la liquidación del suelo sobre el que se cimenta nuestro ‘ser españoles’. De ningún modo es casualidad que el Conducator de los Estados Federales de España titulara su nuevo libro Tierra Firme.

Es la señal inequívoca de que su proyecto es la liquidación del firme que hemos heredado para dar paso a un suelo fangoso, donde no hay un solo principio sólido sobre el que construir una identidad o una buena moral rectora mínimamente fundamentada. Donde la mentira es un cambio de opinión, donde los terroristas son ‘el avance’ y sus víctimas, fascistas ‘reaccionarios’; donde “los niños pueden tener relaciones sexuales con quien les dé la gana…”, niños que ni tan solo tienen muy claro si son niños, niñas, niñes o cualquier otro de los 37 géneros reconocidos oficialmente. Donde existe algo llamado ‘discriminación positiva’, donde el sexismo lo ejerce casi en exclusiva el Ministerio de Igualdad y el ‘avance’ es la palabra insignia del socialismo.

Es en ese marco líquido donde se encuadra el concepto de progreso.

De nada sirve que definamos esa palabra… el socialismo la ha vaciado de significado. Más interesante es analizar la trampa que esconde, porque, desactivando esa mina antipersona libre, aprenderemos el proceso para desactivar otras minas que trufan el diccionario.

Progreso lleva implícito un proceso… y tal y como hablamos en Revuelta a la Revolución, “… lo que se esconde bajo toda arenga progresista es ese viejo concepto de revolución.” La zanahoria del progreso que hacía avanzar al burro de nuestra historia es la misma que la zanahoria de la revolución que hace girar y girar —esto es, revolucionar— al burro del trillo. Él vive en un avance perpetuo… sin llegar a ningún lado, claro. Pero el amo del trillo se sirve de su ciega entrega a la causa revolucionaria para conseguir el pan que jamás compartirá con el incauto animal.

Es así, con la zanahoria que nunca llega, con la igualdad prometida que jamás se alcanza —por más años que los socialistas ocupen el poder—, como las sociedades avanzan en su particular revolución, que no es otra que instalarse en Galapagar, en las dietas del euroescaño, en las bolsas de dinero y en el oro de Venezuela… en el falcon, el super puma, el palacete de verano y en el fundraising —signifique lo que signifique eso—.

Progreso es un ‘procés’, pero prosperidad es un estado. Dicho de otro modo, la prosperidad se puede alcanzar, pero el progreso no… Podemos llegar a tener un país próspero, pero no se puede llegar a tener un país… ¿progresivo? Por ese motivo, el socialismo jamás te promete prosperidad, porque pasado un tiempo se la podrías exigir. Te promete progreso porque por más que te arruinen, siempre te podrán revender la idea de que, gracias a ellos, se ha progresado en algún peregrino aspecto.

El progreso representa a la perfección la esencia socialista; es la promesa eterna del cielo en la tierra… y el pueblo engañado se ve envuelto en un ‘procés’ que jamás termina, que permanentemente avanza… y la gran pregunta es: avanzar, avanzamos, sí, pero… ¿hacia dónde coño avanzamos? En nuestro caso, el de España, la respuesta es bien sencilla: avanzamos hacia Venezuela. ¡Pero de cabeza!

Maldito avance y maldito progreso.

Basta ya de subiros a nuestro lomo para llegar adonde queréis, que es a montaros en el dólar. Basta ya de promesas diseñadas para que nunca terminen de llegar, basta ya de empobrecernos, de polarizar, de dividir y de enfrentar, para que vosotros podáis atornillaros al poder.

¡A la mierda el progreso! Queremos prosperidad.

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