Cerrar

EDITORIAL

Pedro Sánchez toca fondo con el fiscal general: esto no aguanta un minuto más

36 horas después, el presidente habló. Y no sólo hizo una encendida defensa del fiscal general imputado, sino que además pasó al ataque contra Isabel Díaz Ayuso

Creado:

Actualizado:

El presidente del Gobierno no se había pronunciado sobre la imputación del fiscal general del Estado. Habían pasado 36 horas y aunque no había dicho ni pío, realmente sí sabíamos ya su posición al respecto. No hay más que escuchar a sus ministros en coro y a los medios afines, todos a la voz de su amo, para conocer qué piensa Pedro Sánchez.

El caso es que 36 horas después, Sánchez habló. Y si alguien pensaba que no iba a caer tan bajo como sus marionetas del Consejo de Ministros, despejó cualquier duda. No sólo hizo una encendida defensa del fiscal general imputado sino que aseguró que había hecho lo correcto, “lo que tenía que hacer”. Es decir, si García Ortiz actuó bien, el Supremo está actuando mal.

Pero Sánchez no acabó su vergonzosa intervención con esa velada crítica a la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Pasó al ataque contra Isabel Díaz Ayuso -esa obsesión debería ser tratada por expertos- y pidió su dimisión tras llamar “delincuente confeso” al novio de la presidenta madrileña. Es decir, el tipo que tiene a su mujer imputada, a su hermano imputado, a su ex mano derecha imputado y a su fiscal general imputado tiene el cuajo de pedir explicaciones y la dimisión a una señora cuyo novio tiene un pleito con Hacienda por unas actividades privadas que nada tienen que ver con ella ni con la Comunidad de Madrid. “Delincuente confeso”, le llamó Sánchez. Un ataque a un ciudadano particular por parte de un presidente del Gobierno. Increíble, pero cierto.

Además de fobias personales, este ataque feroz de Sánchez a Ayuso responde a una estrategia a la desesperada: tratar de desviar la atención de los problemas que le acosan, de la corrupción que rodea al “uno”, de la imputación del fiscal general. Pero Sánchez ha tocado fondo, se ha quedado sin argumentos y fuerza los que tantas veces ha usado ya sin éxito.

Es un político acabado, consumido, más allá del tiempo que pueda sobrevivir atornillado a su sillón en la Moncloa. Su prestigio está por el suelo, su imagen destruida dentro y fuera de España. The Economist le adelantó hace muy poco eso que tanto le preocupa, cómo va a pasar a la historia: el hombre que se aferró al poder a costa de la democracia.