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Óscar Puente, este fin de semana en Lugo, con motivo del día del vecino.Carlos Castro/Europa Press

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Óscar Puente se ha ganado a pulso ser sinónimo de incompetente. Tanto tiempo nadando en polémicas groseras le ha apartado de sus cometidos reales: que los trenes funcionen. Este fin de semana el caos ferroviario ha llegado a extremos inauditos por el accidente entre Chamartín y Atocha de un AVE sin pasajeros que descarriló. Es un suma y sigue de torpeza. Puente, en su línea, volverá a echar la culpa al PP de lo ocurrido, aunque esto ya no tiene gracia ni cuela. 

Es el problema de llegar a ser ministro como recompensa de haber perdido una Alcaldía, en este caso, la de Valladolid. Y llegar a tomar la cartera ministerial por haberse convertido en un macarra de barra nocturna que no le importa traspasar el mínimo decoro para ejercer de guardaespaldas de Pedro Sánchez. Al final, se pierde el oremus y ya no se sabe bien que a un ministro se le nombra para resolver los problemas de los españoles y no para convertir la vida de los ciudadanos en una carrera de obstáculos diaria. 

Encima, Puente, en lugar de trabajar de manera eficaz para gestionar la red ferroviaria, se ha convertido en un soberbio (“No sabe usted con quién está hablando”) que ha perdido la empatía que debe reunir cualquier cargo político. Se ha hecho muy antipático. El Gobierno de Pedro Sánchez, por supuesto, tiene problemas que le acucian de forma cruel. La corrupción se ha colado hasta el máximo despacho de La Moncloa y convertido en la apestosa humedad que envejece credenciales. Pero Óscar Puente, por su sobreactuada inutilidad, es el claro ejemplo de una gestión gubernamental que anuncia el declive final. 

A. M. BEAUMONT