El peligro de la buena voluntad
Vaya por delante que una, además de ser valenciana consorte, es madre de un hijo con un tercio de sangre levantina de la que presume y mucho. No soy, por lo tanto, sospechosa de tener nada en contra de Valencia, ni mucho menos de quienes han sufrido y siguen sufriendo el efecto devastador de una panda de incompetentes de todos los signos políticos incapaces de hacer el trabajo que tienen encomendado.
Dicho esto, me niego a aportar un solo euro a las cientos de iniciativas privadas que se han puesto en marcha para recaudar dinero con el telón de fondo de esta tragedia. Y me niego porque si todos cedemos cada mes un porcentaje importante de nuestros sueldos a las arcas del Estado; si cada vez que compramos algo, da igual que sea una barra de pan o un chalet en la costa, nos están cobrando por ello, y porque si en estos últimos seis años nos han subido y/o implantado más de ochenta impuestos, es para que el Estado se haga cargo material de las consecuencias de esta o de cualquier otra catástrofe que se produzca.
Ante el dolor y la desgracia ajena es casi inevitable y muy humano sentir el impulso de contribuir de forma directa con lo que cada uno buenamente pueda: unos con sus manos, otros dando cobijo a los afectados, y los más, donando ropa, alimentos o dinero. Y es de eso de lo que se están aprovechando quienes deberían haber cubierto esas necesidades desde el primer momento.
Nuestros impuestos no están para alimentar una administración monstruosa repleta de consejeros de los consejeros de los subdirectores del gabinete del director de cualquiera de los departamentos de los 23 ministerios que tenemos en la actualidad, y que, casualmente, suelen tener algún parentesco con el político de turno; ni están para costear idas y vueltas en aviones privados a países que organizan cumbres del clima mientras viven de la exportación de petróleo. Si Hacienda somos todos – algunos más que otros– no es para que la universidad pública pague enchufes con derecho a sueldo, ni para subvencionar a cientos de organizaciones que la mayoría de las veces no se sabe ni lo que hacen. Y si, como proclama en su última campaña publicitaria, “lo que das te vuelve”, que lo demuestre.
Que nadie se equivoque: las donaciones para Valencia ya las hemos hecho todos con creces, y la responsabilidad de cubrir las necesidades a corto, medio y largo plazo con todo ese dinero es única y exclusivamente del Gobierno. Lo de que “solo el pueblo salva al pueblo” suena muy bonito y muy épico, pero a la hora de la verdad es un error como una catedral que solo sirve para blanquear a quienes tienen la obligación de hacer y no hacen porque saben que la buena voluntad de los demás les es mucho más rentable.