Adiós a Almudena Grandes, la voz de los supervivientes
La escritora madrileña empuñó la senda galdosiana, gracias a su curiosidad de historiadora y a su habilidad como novelista se coronó como narradora de la España del siglo XX y XXI
Fue en el buen sentido de la palabra, buena. Almudena Grandes hace dos años dejó caer en una entrevista que como epitafio le gustaría algo parecido al inmortal verso de Machado. Pudo ser premeditado, fruto de la casualidad o de la impertinente curiosidad que manejamos los entrevistadores. A veces nos entrometemos en el alma de los personajes y entramos como elefantes en una cacharrería. No quería ni oír hablar de irse.
Almudena Grandes amaba la vida. A los 61 años un inesperado e inoportuno cáncer se la ha robado antes de tiempo. Diagnosticado en una revisión rutinaria hace dos años, como ella misma anunció en su columna de El País, el felón le ha mangado mucho de lo que aún le quedaba por vivir, entre otras cosas, ejercer de abuela, ver publicada la sexta novela de Los episodios de una guerra interminable, por no hablar de los cientos de crepúsculos gaditanos, reuniones con amigos y tantas y tantas cosas que ya no llegarán
Almudena Grandes nació el 7 de mayo de 1960 en el barrio de Chamberí. No se puede ser más castiza. Hija y nieta de poetas aficionados, la niña Almudena llevaba la pasión por la escritura marcada en el ADN. Siempre quiso ser escritora, sin embargo, terminó en la Facultad de Geografía e Historia por contentar a su madre.
Lectora empedernida, desde muy niña mostró cierta debilidad por los supervivientes, por los antihéroes. Su obra está poblada de perdedores, de personajes que jamás hallaron un hueco en la historia, sujetos que sin su pluma se habría desvanecido de la memoria colectiva como lo hace la luz al caer el sol. Almudena Grandes achacó esta inclinación hacia los desafortunados a lecturas como La Odisea, su primer libro con mirada adulta, Robinson Crusoe o El Quijote.
Su obra está poblada de perdedores, de personajes que jamás hallaron un hueco en la historia, sujetos que sin su pluma se habría desvanecido de la memoria colectiva como lo hace la luz al caer el sol
“Es imposible en este país no ser influenciado por Cervantes”, decía. El influjo de Cervantes en su pluma quedó patente desde el minuto uno. Almudena Grandes gozaba de cierta querencia a construir historias complejas, a introducir pequeñas historias dentro de historias más extensas. Muy cervantino, sí, pero sus obras también rezuman cierto regusto costumbrista, muy galdosiano y, por qué no, algo resabio a Pardo Bazán.
Se bebió a tragos la Movida madrileña y de aquellos lodos llegaron los polvos de Las edades de Lulú, su primera novela con la que ganó el XI Premio La Sonrisa Vertical y que la emparejó de por vida a la editorial Tusquets. Una novela cargada de erotismo, por momento sórdida incluso desagradable, en la que los personajes se dejan llevar por la vorágine del deseo, de pluma hiperactiva, que para nada auguraba hacia donde se dirigiría la escritura de aquella joven promesa.
Las edades de Lulú fue su primer éxito brutal. La novela se tradujo a 20 idiomas, un año después, en 1990, Bigas Luna la llevó al cine y allí surgió el noviazgo de sus obras con el séptimo arte. Cinéfila empedernida, Almudena Grandes se confesó heredera de las obras de Buñuel al que le dedicó cierto homenaje en el final de Los aires difíciles, un desenlace respaldado por el de Viridiana, “Ya sabía yo que mi prima Viridiana iba a acabar con nosotros jugando al tute”.
En su segunda novela, Te llamaré Viernes (1991), Grandes perfiló entre sus líneas el estilo narrativo que la llevaría a ganar el premio Nacional de Narrativa en 2018. En ella dibuja una historia de amor nada convencional cuyos protagonistas vagan por un Madrid sin alma. Con su tercera novela, Malena no es un nombre de tango (1994), cinceló su territorio en la novela y consolidó su relación con el cine. En 1996 Gerardo Herrero adaptó la historia con una jovencísima jovencísima
Ariadna Gil metida en la piel de su protagonista. Fruto de la seducción que provocaron los relatos ideados por Almudena Grandes brotaron en la gran pantalla películas como Aunque tú no lo sepas (2000) de Juan Vicente Córdoba, Los aires difíciles de Gerardo Herrero, Atlas de geografía humana (2007) de Azucena Rodríguez y Castillos de cartón (2009) de Salvador García Ruiz.
No inventó la novela histórica, pero fue la mejor entrelazando verdad con ficción. Su escritura se aferra a la documentación y al rigor científico, pero siempre respetando la servidumbre de un argumento pensado para conmover, para recapacitar y para descubrir historias
Unas, de resultado caprichoso, voluble y accidentado; otras, de mayor calidad. Ninguna como los originales. Almudena Grandes agarró la senda galdosiana, gracias a su curiosidad de historiadora y a su habilidad como contadora de historias se coronó como narradora de la España del siglo XX y del XXI. Por supuesto, no inventó la novela histórica, pero fue la mejor entrelazando verdad con ficción. Su escritura se aferra a la documentación y al rigor científico, pero siempre respetando la servidumbre de un argumento pensado para conmover, para recapacitar y para descubrir historias.
En 2010 se embarcó en uno de los proyectos literarios más extensos de la narrativa española contemporánea los Episodios de una guerra interminable. Se trata de una saga de seis novelas que pululan por lo peor de la historia del siglo XX de nuestro país. Cuando publicó el primer volumen, Inés y la alegría, sabía perfectamente qué iba a contar en los cinco siguientes. Con este proyecto Almudena Grandes se emperró en dar voz a los olvidados, pretendió retratar la atmósfera de un país resquebrajado por una guerra y se esforzó en dar desvelar historias que habían sido ocultadas, casi todas femeninas.
De ese ingente trabajo se han publicado cinco novelas: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017) y La madre de Frankenstein (2020). Dejó terminado el último volumen de esta colección, una historia que centra su trama en 1964, a las puertas de los 25 años de Paz. Mariano en el Bidasoa se publicará a título póstumo quizá también en febrero, como siempre.