Diario de un diletante: Ahí va el viejito
¿En qué piensan todas esas personas mayores que pasean solas por la calle o miran al vacío sentadas en un banco?
Dan ganas de pararlo, cuando pasea por mi calle, el viejito. Por la mañana, por la tarde, al caer el sol, incluso cuando amenaza lluvia, el viejo no se arredra y sale a pasear. Su vida deben ser esos paseos. Siempre me lo cruzo y me pregunto qué pensará mientras camina. Imagino que se acordará en su mujer, de cuánto la echa de menos, y de sus hijos y nietos, qué estarán haciendo en ese momento. Lo imagino soñando despierto, que deja su bastón y sus andares pesados y sale corriendo hacia ellos.
No distingo bien sus ojos, pero en ellos sí intuyo una vida bien vivida, con sus arrepentimientos, claro está, como todo el mundo. Una vida a la que se puede poner un notable, incluso un notable alto. El viejito pensará, mientras camina, que este tiempo ya no es el suyo, que sus amigos están muertos, como su mujer, y que pocas cosas le atan a este mundo.
¿La familia? A la familia la ve poco. Él tampoco llama, no vaya a molestar. Al fin y al cabo, el ya vivió su vida. Hizo lo que tenía que hacer: trabajar, viajar, criar a los hijos. Cómo pasa el tiempo. Un día llegan del colegio y al siguiente se van de casa. No tiene derecho a exigir nada, piensa. Sí, le gustaría que le visitaran más, que su casa fuera el centro de reunión todos los domingos. Pero no pide imposibles: sabe que los jóvenes tienen su vida como él la tuvo, qué grandes recuerdos.
El viejito se cansa, lleva un rato perdido en sus pensamientos y sin darse cuenta ha alargado su paseo. Se sienta en un banco. Ve pasar a la gente, pero la gente no le mira a él. Es como el banco donde está sentado, invisible. Igual que la viejita a su lado, en su silla de ruedas, atendida por una chica latina. Invisible como otra que arrastra con dificultad el carro de la compra. Qué bien le vendría un ayuda, pero el viejo no puede, no tiene fuerzas.
Además hay que reservar energías, ya es hora de emprender el regreso a casa. Allí no le espera nadie, solo una cena frugal, que comerá sin apetito. Luego verá la tele un rato, para leer ya no tiene vista. Al día siguiente se levantará muy temprano, se vestirá como un pincel y saldrá de nuevo a la calle a pasear, a ver qué recuerdos nuevos le asaltan.
Ojalá alguien le parara -yo mismo, pero no me atrevo- y le pidiera su consejo de abuelo, lo típico, si ha aprendido algo de la vida. Dudo que tuviera recetas mágicas, ni grandes certezas. Intuyo que se quedaría callado, con media sonrisa, y se encogería de hombros antes de seguir su camino.
El mismo camino que hace todas las mañanas, tardes y noches. ¿Por qué pasea tanto el viejito?