Camps y “su pena de telediario”: de los trajes de Milano a la caseta de Fitur
El ex presidente efectúa un recorrido en paralelo entre lo 'más granado y peor' de la justicia española actual en un acto muy numeroso a días de su último juicio en la Audiencia Nacional.
Con dos salas a rebosar y un auditorio entregado -y profusión de gente joven-el ex presidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps, ha hecho “bolos” con su conferencia “La pena de telediario en España”, sin alejarse en exceso de la pronunciada algo antes de Navidad en la Fundación Independiente. Esta vez en el Casino de Agricultura del cap i casal donde dieron comienzo sus responsabilidades como concejal de tráfico (y de la EMT) en el primer mandato de Rita Barberá, a la que -por cierto- ha dedicado también sus más emotivas palabras de recuerdo y homenaje.
Presentado institucionalmente por Pedro Agramunt, presidente del Foro 2020 organizador del acto, quien con cierta gracia y voz quebrada sintetizó con el título del conocido libro de Arcadi Espada -quien junto a Fernando Jáuregui le acompañó en el estrado en el Ateneo madrileño- afirmando que se trata de “un buen tío”. Luego fue el turno del periodista y profesor Jorge Mestre, responsable de la retransmisión en streaming a través de Youtube mediante su plataforma de comunicación Mundo en Vivo - Geopolítica que, en nombre del gremio entonó un mea culpa y llegó a definir la “pena de telediario” como “esa persecución, esa cacería, esa aniquilación civil, a la que se ha sometido a determinadas personas y particularmente a Francisco Camps”.
Sin alejarse en exceso de la pronunciada en la villa y corte, denominada “De la reparación y la reconciliación”, el doctor en derecho Camps -sufrió un escrache protagonizado por Mireia Mollá en la propia defensa de su tesis en la Universidad Miguel Hernández- en tono tan apasionado como riguroso en lo disciplinar, ha vuelto a desgranar la mala praxis de la Fiscalía Anticorrupción, que a su criterio “debiera ser auditada” para conocer con precisión su eficiencia jurídica más allá del permanente sesgo ideológico impuesto por Baltasar Garzón antes de ser sancionado y retirado de la judicatura.
Y efectuó un recorrido en paralelo entre lo más granado y peor de la justicia española actual. Como la eternización de los procesos, los tremendos costes para encausados que acabarán sobreseídos o absueltos y para la propia administración o los cuerpos judiciales de policía, la destrucción reputacional de los investigados, la interrupción o el final de trayectorias profesionales o políticas brillantes, aderezado con la connivencia apesebrada de determinados medios de comunicación. Para llegar al sagrado precepto de presunción de inocencia, la carga de la prueba, y el amplio articulado normativo que lo regula. Lo que acreditados juristas independientes no dudaron en considerar lección magistral.
Este periodista que siguió la disertación en Madrid a la que asistieron entre otros Aguirre , Cospedal, Michavila y Suárez Illana -no se han visto en Valencia caras significativas del PP actual más allá del que fue Conseller de Educación y Cultura Alejandro Font de Mora- esperaba alguna mención a la rebaja de la malversación. No fue así. Apenas un comentario tristemente premonitorio sobre la presidencia de Conde Pumpido en el Constitucional, “que ya está bajo sospecha de parte haga lo que haga”. Y poco sobre su próximo vía crucis en la Audiencia Nacional.
Reivindicativo con su propio Gobierno y solidario con un equipo de excelencia, que confesó tenía que pilotar a velocidad de vértigo, ofreció un rosario de datos concretos y agravios más concretos todavía -la semana próxima se cumplirán catorce años desde el inicio de esta dura travesía del desierto- que acabó calificando de evidente constatación de lo artificial y perverso de este largo proceso (“el PSOE lleva cuarenta años metiendo la mano en la justicia”), apostando con rotundidad por la despolitización de la judicatura (“que los jueces se elijan entre ellos”).
Ejemplificó con temas tan sensibles como la falsa “reversión” de Ribera Salud y sus nefastas consecuencias: 120 millones de coste para las arcas públicas y un aumento del 60% de los seguros privados en la zona, o la oposición a la ampliación del Puerto de Valencia. Terminó con un cariñoso mensaje de optimismo sobre una previsible victoria popular en Valencia, la Comunidad y Madrid.
Más cariñoso si cabe fue el numeroso público que quiso intervenir en el coloquio, en el que -más suelto- dejó algunas perlas para Ximo Puig, “el presidente moroso” (no ha pagado todavía las costas del juicio de los trajes), al que recomienda preguntarle si recuerda dónde está Requena.
Tras reconocer su “desmedida vocación política” el acto terminó en un baño de masas y abrazos que recordaba sus mejores tiempos y un cierto síndrome de abstinencia al que una previsible absolución de su inmediato (¿último?) episodio judicial puede poner término. O no, que diría Rajoy, al que citó en un par de ocasiones con simpatía.