"Estocada a la tauromaquia"
La tauromaquia no es cuestión de color político, no es cuestión de nivel de estudios, ni de clase social. Ni de ser más o menos español.
Dicen que Gandhi mencionó en uno de sus discursos que en un país civilizado, cuando el ridículo no logra matar un movimiento, éste comienza a imponer respeto. Es evidente que, a pesar a las frecuentes campañas del lobby taurino para desprestigiar a quienes denuncian la barbarie y exigen el fin de la tauromaquia, en nuestro país el movimiento antitaurino no hace más que crecer.
Hace una semana el Ministro de Cultura anunció que este año no se hará entrega del Premio Nacional de Tauromaquia y que se están iniciando los trámites para su anulación definitiva. Como era de esperar, quienes defienden el escarnio y ejecución pública de los toros, bien porque disfrutan del mismo, bien porque viven a costa de tan innoble como repugnante actividad, han desplegado en tropel toda su artillería para arremeter contra el ministro. Nada nuevo.
El modus operandi de la intimidación y ridiculización contra cualquier persona o acción que consideran puede poner en riesgo su estatus privilegiado y bien regado de subvenciones públicas, es siempre el mismo.
Al fin y al cabo, son conscientes que el final de la tauromaquia está cada vez más próximo y que, por mucho que se organicen, llegará el día en que quien se atreva a torturar a un toro, terminará en la cárcel y quien lo aliente, será considerado cómplice de ese delito de maltrato animal.
Porque la tauromaquia no es cuestión de gustos. La tauromaquia no es cuestión de color político. La tauromaquia no es cuestión de nivel de estudios, ni de clase social. Ni de ser más o menos español. La tauromaquia supone la incapacidad de empatizar con alguien, aislado y acorralado, en situación de inferioridad, pese al engañoso empeño en ofrecer la imagen manipulada de una lucha entre iguales, de uno contra uno, mientras el único que está solo en la plaza es el toro. La tauromaquia va de falta de empatía con un inocente al que se acuchilla con toda una colección de elementos punzantes.
Un inocente, que brama de dolor, que siente terror y que llora con desesperación. Aunque en esas plazas, esos lugares donde el cinismo lo impregna todo, no existe lugar para la compasión. Lejos de sentir empatía y apiadarse de él, se hace una fiesta de su sufrimiento, que se aplaude y vitorea mientras los pasodobles suenan.
Le rasgan los músculos, seccionan sus tendones y nervios y punzan sus huesos. El toro, ese protagonista involuntario, intenta huir de este terrible martirio, pero no tiene escapatoria.
Perforan sus pulmones. Llegan a cercenar su esófago y su tráquea. Y termina ahogándose en su propia sangre. Muriendo tras una inimaginable agonía. Agonía que ninguno de los que la disfrutan quisiera para sí. Agonía y muerte que todos celebran. Sin que aflore en ellos un ápice de misericordia.
¿Quién puede considerar arte este sanguinario esperpento? No importa qué absurda y falaz excusa se utilice para justificarla. La tortura taurina es injustificable en la España del siglo XXI. Y la mayoría de la sociedad así lo siente. De hecho, las últimas estadísticas oficiales muestran que ni el 2% de la ciudadanía asiste a actos taurinos, confirmando el creciente desinterés y rechazo hacia esta arcaica y grotesca actividad de crueldad.
Así que, la cuestión que debemos abordar como sociedad no es la retirada de un galardón, sino la abolición de la tauromaquia. Y a esos dirigentes que teatralizan indignación y abanderan la promoción de la barbarie, decirles que precisamente son ellos quienes, a la vista de las cifras, anteponen sus intereses personales, y no el interés general. Y la tauromaquia no forma parte del mismo, a pesar del ruido.
Contrarrestando este vergonzoso apoyo institucional a la violencia, el movimiento antitaurino seguirá trabajando hasta dar la estocada a la tauromaquia. Porque la sangre derramada de cada inocente duele. Porque aquello que nos une es la empatía. Porque nos encontramos ya en la cuenta atrás y no pararemos, hasta la ABOLICIÓN."