El precio del postureo
La explotación de los animales depende de la demanda. Si decides montar en un coche tirado por caballos, recuerda que ese caballo, recuerda el que ha muerto en la Feria de Sevilla.
Hace unos días la mayoría de medios se hacían eco de la muerte de una yegua, en Sevilla, mientras era obligada a tirar de un carruaje.
Parece ser que estaba enferma y, pese a ello, su propietaria, ignorando su sufrimiento, la enganchó al carruaje. Pese a una temperatura de 36 grados y sin agua.
En mitad del trayecto cayó desplomada y después de convulsionar, murió.
Enseguida fue reemplazada por otro caballo.
También se han hecho virales las patadas que unos carreteros propinaban a un caballo que había caído al suelo, agotado, también durante la feria, en Sevilla. Su objetivo, que se levantase y continuase tirando del carro. Asistirle no fue una opción. Le obligaron a seguir, pese a no estar en condiciones.
Dos mulos se suman a este macabro listado de equinos muertos estos últimos días. En este caso, en el incendio que tuvo lugar en las cuadras que hay en el recinto ferial, en Sevilla.
Desgraciadamente, estos son los casos que han visto la luz. Nunca sabremos cuántos caballos morirán este año en la capital andaluza, como consecuencia de la codicia de quienes hacen de su explotación un negocio. Tampoco sabemos cuántos han muerto en años anteriores. Ni en otras ferias. Ni siquiera hay registro de cuántos animales utilizados como herramientas con que hacer caja mueren cada año en nuestro país.
Como bien dice la máxima de la publicidad, “lo que no se ve, no existe”, y como los pobres animales no tienen a bien desplomarse en público siempre, parece que no mueren.
Para lo que les hacemos a los animales, las estadísticas no existen.
Hay quien piensa que tirar de un carro cargado de gente es algo que hacen de forma innata. “Están acostumbrados. Han nacido para eso”, he escuchado más de una vez.
Podría poner muchos ejemplos en que esa sentencia se ha utilizado para justificar la explotación sobre determinados grupos de personas. Y no por pronunciar esa frase, con mayor o menor convencimiento, se justifican ni el maltrato, ni aquello que es éticamente reprobable.
Quienes utilizan a los animales como instrumentos con los que lucrarse, argumentarán cualquier excusa para defender su modelo de negocio: que si forman parte de la tradición, que si ellos no los cuidasen no existirían, que tienen que trabajar, como cualquiera, para pagar los gastos que generan,...
Y es que, si dejan de explotarlos, por arcaico que sea el modo, deben reorientarse laboralmente. Y el egoísmo pesa más que la empatía y la compasión.
Pero la perpetuación de estos trabajos, que suponen una vida de privación para sus involuntarios protagonistas, los animales, no depende sólo de quienes quieren vivir de ello. Depende de su demanda, que es la que los hacen o no rentables.
Y ahí es donde reside tu responsabilidad.
Participar en actividades en que se utiliza a los animales para obtener un beneficio para los humanos, es ser partícipe de su sufrimiento. Estamos en el siglo XXI y hasta el carruaje de la Cenicienta podemos encontrarlo en versión eléctrica.
Si decides montar en un coche tirado por caballos, recuerda que ese caballo desplomado, reventado por el agotamiento, podía ser aquel que arrastraba tu calesa.
¿De verdad es más importante que una vida el postureo? De ti depende que su vida sea o no un infierno.