Querido entrenador
Tu objetivo no debería ser salir en los periódicos dentro de unos años como el "míster" que descubrió a nosequién, sino que deberías matarte por hacernos mejores jugadores y mejores personas
Querido entrenador:
Sé que leíste con mucha atención la carta que escribí a mis papás hace unos días. En ella te defendí. Te defendí porque tengo una fe enorme en el equipo, porque sé que trabajas duro y porque mereces mi respeto. Y también porque mis padres tienen que saber que eres el jefe y que, cuando saltamos a la cancha, tú eres el que manda.
Ahora bien, mis compañeros y yo estamos un poco cansados de tu manera de gestionarnos. Está bien querer ganar, pero no siempre el fin justifica los medios. La semana pasada dejaste sin jugar a uno de mis mejores amigos porque era un partido muy importante. Somos pequeños y venimos con ilusión cada sábado. Aunque nos enfadamos un poco si perdemos, en el fondo realmente nos da un poco igual y enseguida pasamos página.
Sé que es difícil, porque todos los que jugamos queremos ganar cada partido, pero en ese camino no deberíamos perder de vista que somos niños, que nuestra obligación simplemente es hacerlo lo mejor posible, entrenar y estudiar, y todo eso sin dejar de pasarlo bien. Y jugar. Queremos jugar. Yo no me apunté al equipo para ganar ningún campeonato, me apunté porque me encanta jugar a este deporte. Me encanta jugarlo. Me gusta formar parte del equipo, claro que sí, pero si el partido dura cuarenta minutos, noventa o los que sean, yo lo que quiero es jugar mucho, o al menos jugar todo lo que me merezco. Sé que es muy difícil gestionar esto y sé que lo más lógico del mundo es que se juegue teniendo en cuenta la meritocracia. Y eso fue lo que dijiste en pretemporada que ibas a hacer. El tema es que van pasando los meses y creo que nos engañaste un poco. Con unos eres muy flexible si faltan algún día a entrenar y a otros no nos perdonas ni una. Con unos pasas por alto su falta de actitud y compromiso y a otros no nos permites ni el más mínimo fallo. Y resulta que esos unos son los mejores del equipo y que los otros no lo somos tanto.
Mi ilusión por jugar y mi compromiso están por encima de todo y muchas veces hasta tengo que discutir con mis padres porque empiezan a hablar mal de ti. Estaré entrenando mal, les digo. Hay compañeros que lo deben de estar mereciendo más, les insisto. Pero, no sé, yo creo que me esfuerzo cada semana y no me siento valorado.
Yo no te pido que me saques más. No te pido que me des más de lo que merezco. Solo te pido que seas justo. Te pido que te olvides de intentar ser el campeón todo el rato. No necesitamos tantas tácticas, tantos dibujos en la pizarra y tantos ejercicios aburridos que hay que hacer porque de toda la vida de dios se han hecho y ahora no vamos a dejar de hacerlos. Haznos mejores, aunque en el camino te dejes unas cuantas victorias. Pero haznos mejores a todos, no te centres en sacar dos cracks y te olvides de los demás. Tu objetivo no debería ser salir en los periódicos dentro de unos años como el entrenador que descubrió a nosequién, sino que deberías matarte por hacernos mejores jugadores y mejores personas.
Yo soy fuerte y jugar poco no me está afectando, pero sé que hay compañeros que se quieren ir del equipo, que se aburren y que no se sienten importantes. No, no te exculpes en los roles. Ni siquiera nos hemos desarrollado del todo, no nos encasilles: los altos por aquí, los bajitos por allá, los gordos fuera. No. Míranos en perspectiva. Ganar hoy no necesariamente nos hará mejores mañana. Somos pequeños proyectos de personas. Fijarte simplemente en lo que somos y en cómo somos ahora es una visión muy simplista y cerril.
Y, por favor, no te tomes esta carta como algo personal. Y tampoco me regales nada solo porque la he escrito. El lunes volveré a ir al entrenamiento a muerte. Como siempre. Y contigo, sin ti, aquí o en otro lado, seguiré jugando, que es lo único que quiero.
Un abrazo.
Pablito.